lunes, 28 de septiembre de 2015

Dificultades escolares que encontramos en muchos niños y niñas que fueron víctimas de experiencias de abandono en edades tempranas y son adoptados o adoptadas



Las consecuencias del abandono y sus circunstancias. Que hay en la “mochila”.

El abandono en edades tempranas y otras circunstancias como el maltrato, los cuidados institucionales para menores, la negligencia, los abusos, la exposición a violencia, y carencias de todo tipo… son circunstancias que  dejan huellas en el desarrollo de las personas. No hay un punto de partida “cero”. Muchas personas e incluso profesionales de la enseñanza y de la salud piensan que como sucedió cuando eran muy pequeños, y como además no hay recuerdo, o no hay conciencia de sufrimiento  pues o no hay secuelas o estas son insignificantes.  Y precisamente al haber sucedido todo esto en edades tempranas hay conductas, emociones, vivencias relacionadas con el sufrimiento que perduran en forma de síntomas. 
Del viaje del abandono y sus circunstancias a la adopción se llega herido y dolido y con frecuencia tras haber vivido tiempos significativos de deprivación en diferentes niveles. Hay necesidades básicas a nivel físico como la alimentación, la higiene, el dormir bien, el abrigo, la salud física, el calor corporal y otras que no fueron cubiertas adecuadamente y estos niños y niñas han vivido hambre, sed, frio, sueño, dolor, malestar físico a unos niveles importantes.

Sus necesidades afectivas y de seguridad tampoco fueron cubiertas completamente y no vivieron experiencias de ser abrazados, mimados, protegidos o contenidos emocionalmente, de manera que la soledad, el miedo, la angustia, la tristeza, el desconsuelo, la confusión, la rabia … han sido emociones y vivencias que había que ignorar y no prestar atención, pero que dominaban de forma dolorosa y continua sus vidas.

Tampoco tuvieron grupos familiares o sociales que les enseñaran de forma adecuada los instrumentos básicos de las relaciones sociales: el lenguaje, los signos, los gestos, las estrategias de comunicación, los códigos morales y de comportamiento. Y por supuesto no han tenido la infinidad de estímulos cognitivos, emocionales, sociales que hemos tenido la inmensa mayoría. Para muchos niños y niñas que adoptamos la vida amable empieza con 3, 4 , 6 … más años y todo lo que han podido aprender es a sobrevivir, que no es poco. Y además las estrategias de supervivencia van a tener que ser extirpadas en aras de comportamiento más funcionales y sanos.

Hay niños y niñas que han vivido auténticos procesos traumáticos en muy diferentes áreas de su desarrollo; en las áreas afectiva, cognitiva, conductual, relacional, ético-moral… Estas experiencias traumáticas pueden no estar resueltas y conllevan secuelas que impactarán necesariamente en la vida de los contextos familiares, educativos y sociales de adopción.

Como consecuencias de todas estas vivencias, sean conocidas o no por las autoridades de protección y los y las adoptantes se van a ver muy probablemente afectados y de muy diferentes maneras e intensidades los procesos de maduración y desarrollo, los procesos de socialización y de aprendizaje, la capacidad de resiliencia (o de reparación frente a la adversidad que todos tenemos), la capacidad de apegarse de una forma segura y no es de extrañar que encontremos experiencias traumáticas cronificadas y niños y niñas con problemas importantes de salud mental.

Ser una persona “abandonada” implica también numerosos sentimientos asociados a dicha  condición, que amueblan una buena parte de la vida adoptiva. Las personas adoptadas con frecuencia hablan de sentimientos de mucha soledad, dicen sentirse aisladas, que piensan que nadie les puede entender, no pueden compartir experiencias con casi nadie, con frecuencia sienten culpa por muy diferentes motivos y siendo siempre víctimas inocentes, no es extraño que se culpen de haber hecho algo malo que provocó su abandono como castigo o que dejaron de hacer algo que les había librado del abandono. Sienten una rabia importante por lo que la vida les ha hecho, y el que les haya tocado la suerte del abandono y la “mala vida”. La estigmatización es prácticamente ineludible. Y la adopción además supone dolor por las muchas pérdidas y separaciones, que además desgraciadamente nadie les reconoce ni legitima. No es extraño que tal como se hacen la adopciones (de incógnito y forzosas) la disociación de los mundos de referencia sea una realidad que entorpece el proceso de construcción de la identidad de muchas personas adoptadas, que se pueden sentir...”como un edificio sin cimientos”, o afirmar “no se quien soy”.

De esta manera podemos concluir que el abandono, no la adopción, puede catalogarse como un estigma o una herida existencial que acompaña a las personas toda la vida sin que necesariamente tenga que ser algo incapacitante o una patología.

A menudo estos niños y estas niñas son erróneamente diagnosticados por el desconocimiento de los técnicos de sus trayectorias vitales: de deprivación y traumatismos emocionales causados por el maltrato físico, abusos, negligencia, las separaciones traumáticas, pérdidas vinculares, maltrato institucional, pobreza y agresiones de cualquier tipo. No se tiene en cuenta de partida la realidad de casi cualquier menor o persona adoptada. Se miran, se ven y se evaluán síntomas que tan solo son una parte y no el todo. Con ello se llega o bien a no evaluar nada o elaborar diagnósticos erróneos que preconizan tratamientos incompletos e inadecuados. Los diagnósticos erróneos más frecuentes  son: síndrome de atención deficitaria, hiperactividad, autismo, retrasados mentales, e incluso psicopatías.  Los avances en evaluación de niños y niñas víctimas de abandono y otras circunstancias (maltrato, abusos, negligencia, institucionalización…) apuntan a términos como “trauma complejo” (varios posibles síndromes simultáneos) o “trastornos del desarrollo”.

Diferencias significativas respecto de sus compañeros y compañeras

Los niños adoptados, las niñas adoptadas son alumnos y alumnas con diferencias significativas respecto de sus compañeros y compañeras. Llegan con desventajas al sistema escolar, a veces antes de lo preciso pues con frecuencia no tienen el bagaje experiencial, de conocimientos y de madurez que los que no han vivido experiencias de abandono. 
Tienen que satisfacer más necesidades y tareas que los demás teniendo menos recursos vivenciales y madurativos. Necesidades que la mayor parte de sus compañeros/as  no tienen como: superar los retrasos y trastornos cognitivos propios del abandono, de la institucionalización en centros pobres de recursos y de la negligencia, deben también reparar su abandono desde el punto de vista emocional y relacional (autocontrol emocional, reparación de la seguridad personal, la autoestima, la atención, la concentración, la confianza, la comunicación...). Además deben asumir su condición adoptiva y construirse con unas referencias culturales, emocionales, relacionales diferentes. Más tareas para su desarrollo con menos recursos en la misma cantidad de tiempo huele a problema y esta sobrecarga les hace  más vulnerable ante las adversidades cotidianas de la vida escolar, por lo que tienen más probabilidades y riesgos de fracaso escolar y más conflictos relacionales que sus colegas. La escuela supone para de estos alumnos y alumnas un reto difícil de superar , con muchos riesgos por sus exigencias, sus normas y expectativas.
Lo habitual es que su familia y a veces sus enseñantes soporten niveles altos de implicación, pero esto no basta y no siempre superan las dificultades por falta de recursos, incomprensión. De esta manera los deseos de “normalizar” e “integrar” a toda costa, cueste lo que cueste pueden suponer un riesgo añadido al tratarse de una expectativa irreal. La vida escolar se convierte para todos en una carrera de obstáculos y riesgos y más, cuanto más el sistema escolar no es sensible a las necesidades educativas especiales que tienen estos menores.

Apego y aprendizaje. La adopción como tránsito hacia el apego seguro.

Una buena parte de los alumnos y de alumnas de condición adoptiva y por tanto heridos por abandono y su circunstancias, tienen una estructura de apego inseguro (en sus diferentes tipologías) que implica tendencias socioemocionales comportamentales de riesgo. Las más relevantes señalan hacia deficiencias en autocontrol y de regulación afectiva: mucha impulsividad, o por contrario pasividad, desconfianza, inseguridad, desconexión y represión de emociones, ansiedad disparada ante pequeños acontecimientos, baja tolerancia a la frustración, conformismo... Otro grupo de dificultades son las que tienen que ver con la comprensión de la vida, del mundo, para así poder explorarlo, o para entender a los otros, a los adultos que piden cosas y quieren mandar y a los iguales con los que hay que competir y colaborar. Con frecuencia les cuesta mucho entender correctamente las motivaciones, intenciones  y actuaciones tanto de adultos como de iguales. Encontramos con frecuencia dificultades para digerir las experiencias negativas, las adversidades, para explorar ordenadamente y aprender de las consecuencias de las cosas. No saben o pueden abordar conflictos de modo asertivo y frecuentemente caen o en el comportamiento agresivo, o en el pasivo o en estos dos últimos de modo alternado. Todo esto hace que unos cuantos y unas cuantas tengan dificultades de organización e interpretación de las experiencias cotidianas. Las experiencias previas a la adopción les llevan a actuar mayoritariamente desde una base insegura y segura a la vez, que podemos definir como de tránsito entre el apego inseguro y el apego seguro. Precisamente su adopción mejorará el patrón de apego pero no a corto plazo sino a medio y largo plazo. Su pasado lastra y condiciona su futuro y también su vida escolar, pero no las determina de forma irremediable en lo negativo si se ponen los recursos adecuado y se practica la inclusividad.

Las consecuencias del abandono son visibles en los alumnos y alumnas de condición adoptiva y víctimas de abandono. Observamos una clara vulnerabilidad derivada de sus experiencias pasadas pero también de los errores del proceso de integración, del cual la escolarización es una parte fundamental. Vemos de forma habitual niños, niñas, adolescentes, jóvenes y adultos de condición adoptiva :
  1. Con menor madurez y desarrollo y con carencias significativas en su procesos de aprendizaje, individuación y socialización
  2. Han sido menos estimulados, tienen menos experiencias (no se les habló, ni se les paseo, ni se les acaricio, ni se les despertó la curiosidad, ni recibieron regalos o premios, ni se les leyó cuentos o les relataron historias…)
  3. Tienen menos hábilidades motrices (fina o gruesa), menos vocabulario, menos expresión oral, menos estrategias e instrumentos para la comprensión de los acontecimientos cotidianos, muchas menos habilidades de comunicación
  4. Desarrollos disarmónicos en las diferentes áreas. Pueden desarrollarse más unas áreas que otras y evolucionar de modos no armónicos u ordenados, con avances y retrocesos incomprensibles. De saber a no saber en cuestión de momentos. Olvidos continuos.
  5. Menos autonomía, organización y orden para afrontar retos, tareas, exámenes .. aunque haya mucho desparpajo para buscarse la vida, seducir al adulto y camelar a los iguales. Las agendas, mochilas, calendarios… no las pueden gestionar y dependen de sus adultos para gestionar las tareas, los trabajos académicos, la organización de materiales y pautas de estudio. Sin supervisión y acompañamiento apenas pueden funcionar.
  6. Menos autocontrol y capacidad de regulación emocional, lo que les lleva a desconectar las vivencias de sus propias emociones, confusión, labilidad de carácter, intolerancia a la frustración, arrebatos continuos, pasividad emocional y sobre todo mayores dificultades para relacionarse, resolver conflictos, comprender las intenciones de los otros y participar de la vida de los grupos.




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