Las
consecuencias del abandono y sus circunstancias. Que hay en la “mochila”.
El abandono en edades tempranas y otras
circunstancias como el maltrato, los cuidados institucionales para menores, la
negligencia, los abusos, la exposición a violencia, y carencias de todo tipo…
son circunstancias que dejan huellas en
el desarrollo de las personas. No hay un punto de partida “cero”. Muchas
personas e incluso profesionales de la enseñanza y de la salud piensan que como
sucedió cuando eran muy pequeños, y como además no hay recuerdo, o no hay
conciencia de sufrimiento pues o no hay
secuelas o estas son insignificantes. Y
precisamente al haber sucedido todo esto en edades tempranas hay conductas,
emociones, vivencias relacionadas con el sufrimiento que perduran en forma de
síntomas.
Del viaje del
abandono y sus circunstancias a la adopción se llega herido y dolido y con
frecuencia tras haber vivido tiempos significativos de deprivación en
diferentes niveles. Hay necesidades básicas a nivel físico como la
alimentación, la higiene, el dormir bien, el abrigo, la salud física, el calor
corporal y otras que no fueron cubiertas adecuadamente y estos niños y niñas
han vivido hambre, sed, frio, sueño, dolor, malestar físico a unos niveles
importantes.
Sus
necesidades afectivas y de seguridad tampoco fueron cubiertas completamente y
no vivieron experiencias de ser abrazados, mimados, protegidos o contenidos
emocionalmente, de manera que la soledad, el miedo, la angustia, la tristeza,
el desconsuelo, la confusión, la rabia … han sido emociones y vivencias que
había que ignorar y no prestar atención, pero que dominaban de forma dolorosa y
continua sus vidas.
Tampoco
tuvieron grupos familiares o sociales que les enseñaran de forma adecuada los
instrumentos básicos de las relaciones sociales: el lenguaje, los signos, los
gestos, las estrategias de comunicación, los códigos morales y de
comportamiento. Y por supuesto no han tenido la infinidad de estímulos
cognitivos, emocionales, sociales que hemos tenido la inmensa mayoría. Para
muchos niños y niñas que adoptamos la vida amable empieza con 3, 4 , 6 … más
años y todo lo que han podido aprender es a sobrevivir, que no es poco. Y
además las estrategias de supervivencia van a tener que ser extirpadas en aras
de comportamiento más funcionales y sanos.
Hay niños y
niñas que han vivido auténticos procesos traumáticos en muy diferentes
áreas de su desarrollo; en las áreas afectiva, cognitiva, conductual,
relacional, ético-moral… Estas experiencias traumáticas pueden no estar
resueltas y conllevan secuelas que impactarán necesariamente en la vida
de los contextos familiares, educativos y sociales de adopción.
Como
consecuencias de todas estas vivencias, sean conocidas o no por las autoridades
de protección y los y las adoptantes se van a ver muy probablemente afectados y
de muy diferentes maneras e intensidades los procesos de maduración y
desarrollo, los procesos de socialización y de aprendizaje, la capacidad de
resiliencia (o de reparación frente a la adversidad que todos tenemos), la
capacidad de apegarse de una forma segura y no es de extrañar que encontremos experiencias
traumáticas cronificadas y niños y niñas con problemas importantes de salud
mental.
Ser una
persona “abandonada” implica también numerosos sentimientos asociados a dicha condición, que amueblan una buena parte de la
vida adoptiva. Las personas
adoptadas con frecuencia hablan de sentimientos de mucha soledad, dicen
sentirse aisladas, que piensan que nadie les puede entender, no pueden
compartir experiencias con casi nadie, con frecuencia sienten culpa por muy
diferentes motivos y siendo siempre víctimas inocentes, no es extraño que se
culpen de haber hecho algo malo que provocó su abandono como castigo o que
dejaron de hacer algo que les había librado del abandono. Sienten una rabia
importante por lo que la vida les ha hecho, y el que les haya tocado la suerte del
abandono y la “mala vida”. La estigmatización es prácticamente ineludible. Y la
adopción además supone dolor por las muchas pérdidas y separaciones, que además
desgraciadamente nadie les reconoce ni legitima. No es extraño que tal como se
hacen la adopciones (de incógnito y forzosas) la disociación de los mundos de
referencia sea una realidad que entorpece el proceso de construcción de la
identidad de muchas personas adoptadas, que se pueden sentir...”como un
edificio sin cimientos”, o afirmar “no se quien soy”.
De esta
manera podemos concluir que el abandono, no la adopción, puede catalogarse como
un estigma o una herida existencial que acompaña a las personas toda la vida
sin que necesariamente tenga que ser algo incapacitante o una patología.
A menudo estos niños y estas
niñas son erróneamente diagnosticados por el desconocimiento de los técnicos de
sus trayectorias vitales: de deprivación y traumatismos emocionales causados
por el maltrato físico, abusos, negligencia, las separaciones traumáticas,
pérdidas vinculares, maltrato institucional, pobreza y agresiones de cualquier
tipo. No se tiene en cuenta de partida la realidad de casi cualquier menor o
persona adoptada. Se miran, se ven y se evaluán síntomas que tan solo son una
parte y no el todo. Con ello se llega o bien a no evaluar nada o elaborar diagnósticos
erróneos que preconizan tratamientos incompletos e inadecuados. Los
diagnósticos erróneos más frecuentes
son: síndrome de atención deficitaria, hiperactividad, autismo, retrasados
mentales, e incluso psicopatías. Los
avances en evaluación de niños y niñas víctimas de abandono y otras
circunstancias (maltrato, abusos, negligencia, institucionalización…) apuntan a
términos como “trauma complejo” (varios posibles síndromes simultáneos) o
“trastornos del desarrollo”.
Diferencias
significativas respecto de sus compañeros y compañeras
Los niños adoptados, las niñas adoptadas son
alumnos y alumnas con diferencias significativas respecto de sus compañeros y
compañeras. Llegan con desventajas
al sistema escolar, a veces antes
de lo preciso pues con frecuencia no tienen el bagaje experiencial, de
conocimientos y de madurez que los que no han vivido experiencias de abandono.
Tienen que
satisfacer más necesidades y tareas que los demás teniendo menos recursos
vivenciales y madurativos. Necesidades
que la mayor parte de sus
compañeros/as no tienen como: superar
los retrasos y trastornos cognitivos propios del abandono, de la
institucionalización en centros pobres de recursos y de la negligencia, deben
también reparar su abandono desde el punto de vista emocional y
relacional (autocontrol emocional, reparación de la seguridad personal, la
autoestima, la atención, la concentración, la confianza, la comunicación...).
Además deben asumir su condición adoptiva y construirse con unas referencias
culturales, emocionales, relacionales diferentes. Más tareas para su desarrollo
con menos recursos en la misma cantidad de tiempo huele a problema y esta
sobrecarga les hace más vulnerable
ante las adversidades cotidianas de la vida escolar, por lo que tienen más
probabilidades y riesgos de fracaso escolar y más conflictos relacionales
que sus colegas. La escuela supone para de estos alumnos y alumnas un reto
difícil de superar , con muchos riesgos por sus exigencias, sus normas y
expectativas.
Lo habitual es
que su familia y a veces sus enseñantes soporten niveles altos de
implicación, pero esto no basta y no siempre superan las dificultades
por falta de recursos, incomprensión. De esta manera los deseos de “normalizar”
e “integrar” a toda costa, cueste lo que cueste pueden suponer un riesgo
añadido al tratarse de una expectativa irreal. La vida escolar se
convierte para todos en una carrera de obstáculos y riesgos y más, cuanto
más el sistema escolar no es sensible a las necesidades educativas especiales
que tienen estos menores.
Una buena
parte de los alumnos y de alumnas de condición adoptiva y por tanto heridos por
abandono y su circunstancias, tienen una estructura de apego inseguro (en sus
diferentes tipologías) que implica tendencias socioemocionales comportamentales
de riesgo. Las más relevantes señalan hacia deficiencias en autocontrol y de
regulación afectiva: mucha impulsividad, o por contrario pasividad,
desconfianza, inseguridad, desconexión y represión de emociones, ansiedad
disparada ante pequeños acontecimientos, baja tolerancia a la frustración,
conformismo... Otro grupo de dificultades son las que tienen que ver con la comprensión
de la vida, del mundo, para así poder explorarlo, o para entender a los otros,
a los adultos que piden cosas y quieren mandar y a los iguales con los que hay
que competir y colaborar. Con frecuencia les cuesta mucho entender
correctamente las motivaciones, intenciones
y actuaciones tanto de adultos como de iguales. Encontramos con
frecuencia dificultades para digerir las experiencias negativas, las
adversidades, para explorar ordenadamente y aprender de las consecuencias de
las cosas. No saben o pueden abordar conflictos de modo asertivo y
frecuentemente caen o en el comportamiento agresivo, o en el pasivo o en estos
dos últimos de modo alternado. Todo esto hace que unos cuantos y unas cuantas
tengan dificultades de organización e interpretación de las experiencias
cotidianas. Las experiencias previas a la adopción les llevan a actuar
mayoritariamente desde una base insegura y segura a la vez, que podemos definir
como de tránsito entre el apego inseguro y el apego seguro. Precisamente su
adopción mejorará el patrón de apego pero no a corto plazo sino a medio y largo
plazo. Su pasado lastra y condiciona su futuro y también su vida escolar, pero
no las determina de forma irremediable en lo negativo si se ponen los recursos
adecuado y se practica la inclusividad.
Las consecuencias
del abandono son visibles en los alumnos y alumnas de condición adoptiva y
víctimas de abandono. Observamos una clara vulnerabilidad derivada de sus
experiencias pasadas pero también de los errores del proceso de integración,
del cual la escolarización es una parte fundamental. Vemos de forma habitual niños, niñas,
adolescentes, jóvenes y adultos de condición adoptiva :
- Con menor madurez y desarrollo y con carencias significativas en su procesos de aprendizaje, individuación y socialización
- Han sido menos estimulados, tienen menos experiencias (no se les habló, ni se les paseo, ni se les acaricio, ni se les despertó la curiosidad, ni recibieron regalos o premios, ni se les leyó cuentos o les relataron historias…)
- Tienen menos hábilidades motrices (fina o gruesa), menos vocabulario, menos expresión oral, menos estrategias e instrumentos para la comprensión de los acontecimientos cotidianos, muchas menos habilidades de comunicación
- Desarrollos disarmónicos en las diferentes áreas. Pueden desarrollarse más unas áreas que otras y evolucionar de modos no armónicos u ordenados, con avances y retrocesos incomprensibles. De saber a no saber en cuestión de momentos. Olvidos continuos.
- Menos autonomía, organización y orden para afrontar retos, tareas, exámenes .. aunque haya mucho desparpajo para buscarse la vida, seducir al adulto y camelar a los iguales. Las agendas, mochilas, calendarios… no las pueden gestionar y dependen de sus adultos para gestionar las tareas, los trabajos académicos, la organización de materiales y pautas de estudio. Sin supervisión y acompañamiento apenas pueden funcionar.
- Menos autocontrol y capacidad de regulación emocional, lo que les lleva a desconectar las vivencias de sus propias emociones, confusión, labilidad de carácter, intolerancia a la frustración, arrebatos continuos, pasividad emocional y sobre todo mayores dificultades para relacionarse, resolver conflictos, comprender las intenciones de los otros y participar de la vida de los grupos.
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