EL TRATO Y LA ATENCION A LA FAMILIA DE LOS NIÑOS, NIÑAS Y ADOLESCENTES EN PROTECCION. PROPUESTAS DE CUIDADO E INTERVENCION PSICOSOCIAL.
Javier J. Múgica Flores
Psicólogo especialista
en Acogimiento Familiar y Adopción
RENOVANDO DESDE DENTRO.
SIETE RETOS Y PROPUESTAS DE MEJORA
DEL SISTEMA DE PROTECCIÓN
DE LA INFANCIA EN ESPAÑA
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Renovando desde
dentro. Siete retos y propuestas de mejora del sistema de protección de la
infancia en España. (2021) por https://renovandodentro.wordpress.com/
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EL
TRATO Y LA ATENCION A LA FAMILIA DE LOS NIÑOS, NIÑAS Y ADOLESCENTES EN
PROTECCION. PROPUESTAS DE CUIDADO E INTERVENCION PSICOSOCIAL
Javier J. Mugica Flores
Un poco de reflexión
crítica y contextualización
Lo que en este artículo se expone tiene que ver con mi experiencia
profesional y no tiene la intención de describir lo que no conozco. Trabajo
fundamentalmente para las familias en el ámbito sobre todo del acogimiento y de
la adopción, desde un recurso de iniciativa propia de mi cooperativa. La
colaboración y la coordinación con los diferentes recursos comunitarios
(protección, salud, educación) es constante. Creo que el trato técnico y los
cuidados dados a las familias con las que he trabajado es mejorable. Mientras
en la reflexión de enero se ponía el acento en la necesidad de más intervención
familiar en los procesos de protección a nuestros niños, niñas y adolescentes,
en la reflexión de este mes, yo quiero escribir sobre el trato dado a la
familia o mejor dicho a las familias en el sistema de protección y otros recursos
comunitarios y proponer algunas mejoras de intervención psicosocial.
Siguiendo una de las máximas de este blog comparto la idea
de familia en sentido amplio y por tanto en el sistema de protección se trata
no solo de la familia biológica de los menores, sino en la familia como un
continuo, que partiendo de la familia biológica puede pasar también por la
familia de acogida y la familia adoptiva del niño, niña y adolescente, cuando
estas se contemplen en su procedimiento de protección.
El sistema de protección debe contemplar a todas ellas,
tenerlas en cuenta, hacerlas partícipes del proceso de protección de sus hijos
e hijas, en lo que a cada una de ellas le corresponda y respetarlas. El no
hacerlo debidamente supone un desperdicio de recursos imperdonable, y además es
inaceptable y reprochable para cuantos trabajamos en ello.
Con excesiva frecuencia las instituciones, las
organizaciones, los y las profesionales de la protección, familiares y
conocidos y técnicos del resto de recursos comunitarios hemos culpabilizado a
las familias de los niños, niñas y adolescentes de los males originales, la
falta de avances y hasta de los fracasos técnicos, cuando no cumplen con
nuestras irreales y erráticas expectativas.
Se podría incluso pensar que nuestro sistema se asienta en
muchos momentos sobre el señalamiento y el ensañamiento de los causantes del
daño y sufrimiento causado a los niños, niñas y adolescentes a los que hay que
proteger. No hay dudas a la hora de señalar que la familia biológica es la causante
de los malos tratos y sufrimientos infligidos. Tampoco se le considera en
demasiadas ocasiones capaz de contribuir en el proceso de protección y de haber
aportado también algunas experiencias positivas constituyentes también de un
legado, propiedad de sus hijos e hijas en protección. Lo que no alcanza los
niveles exigidos en algunos manuales de evaluación y códigos de buen trato, no
suele ser considerado apropiado, ni digno de conservación. Pero lo cierto es
que en las memorias de muchos niños, niñas y adolescentes de protección buenos
recuerdos y buenas experiencias.
Pensábamos que las familias de acogida y las familias
adoptivas de los niños, niñas y adolescentes del sistema de protección podían
escapar a este trato y cada vez vemos más familias de estas que, se quejan del
trato recibido, cuando piden ayuda y recursos porque, no pueden cubrir los
objetivos de reparación deseados o señalados desde unos programas que
contemplan sus dificultades como torpeza, fracaso y mala praxis. Cuando además
el propio sistema de protección todavía desconoce y no se espera la existencia
de ciertos conflictos, crisis y procesos identitarios de sus protegidos. Las
expectativas de reparación y los logros esperables con ellos y ellas, víctimas
de abandono y adversidades graves en edades tempranas, no cuadran, ni
coinciden, ni son posibles con la inversión actual y los programas de
seguimiento desarrollados para hacer frente a las secuelas. Son muchas las
familias de acogida y adoptivas que con todo su potencial de “amor”, idoneidad
y buenas prácticas se ven impotentes y solas ante el sufrimiento y daño de sus
hijos e hijas. La incomprensión y la mirada sospechosa la reciben de sus
entornos cercanos y de bastantes profesionales de los diversos recursos
comunitarios.
De la protección de nuestros niños, niñas y adolescentes con
cierta frecuencia su familia, sus familias no salen muy bien paradas, ni
tratadas y estas sienten que se les culpabiliza en exceso, que molestan, que no
se les quiere cerca, que no se cuenta con ellas lo suficiente y no entienden ni
por qué ni para qué las instituciones, las organizaciones y los profesionales
les tratan de esa manera.
Pero como el objetivo de este blog no es solo la reflexión
crítica, o la queja quiero dejar aquí de señalar los errores de trato a la
familia o familias y a destacar algunas buenas prácticas de la intervención
psicosocial que pueden facilitar su integración como protagonistas y artífices
de la protección de sus hijos e hijas. A la vez que hemos visto cosas que no
hay que hacer, hay también instituciones, organizaciones y profesionales
capaces de incorporales al proceso protector y facilitar el que sean recursos
imprescindibles, valiosos y válidos. ¿Qué hacen para ello?
Propuestas de
intervención psicosocial con la familia de los niños, niñas, adolescentes y
jóvenes tutelados/as o acogidos/as o adoptados.
Estas propuestas vienen sobre todo del intercambio con otros
profesionales y del modo en que en nuestra cooperativa (Agintzari) queremos
mirar y ver a las familias con las que trabajamos. Somos sistémicos convencidos
creemos en la fuerza de la comunidad y por tanto no podemos concebir la
protección sin la participación de todos sus protagonistas. En el año 1991 fui
becado por el Ministerio de Asuntos Social de Alemania para asistir durante 4
meses a un curso internacional con otros 20 profesionales de muy diversos
países. Los recursos y programas conocidos nos ayudaron a diseñar algunos de
los proyectos y recursos que hoy gestionamos. Cuando en el año 2000 visitamos
los servicios de protección a la infancia de Berlín (Alemania) de la mano de
programas de intercambio para profesionales patrocinados por la Unión Europea,
nos topamos con un sinfín de buenas ideas y de buenas prácticas que, nos
trajimos para Bilbao. Un primer hallazgo que ya nos forzaba a cambiar de idea
ante la concepción de la familia biológica en los procesos de acogida y
adopción, fue la denominación como familia “donante”
(abgebende Familie, abgeben es un verbo
con los siguientes significados; entregar, dejar, dar, ceder, pasar), usaban tambien la denominación de familia de origen (Herkunftsfamilie), pero la idea de
donación sonaba provocadora y curiosa. Había modos de trabajar con ella para
que hiciera la entrega voluntaria de su hijo o hija y para que participara. La
familia biológica como la que pone, dona, entrega el niño o la niña en las situaciones
de acogimiento y adopción era un modo de trato, algo posible, que rápidamente
nos pusimos a diseñar. Nos fascinó esta posibilidad y nos ayudó a proponer
situaciones similares sobre todo en los procesos de acogida familiar, adopción
y otros programas.
La experiencia nos permite asegurar que, en un contexto de
acompañamiento profesional, las familias pueden perfectamente y legalmente
cooperar en los procesos de protección (preservación, acogida residencial,
acogimiento familiar, adopción, incorporación a la vida adulta… ) de su hijo a
hija y esto implica; las tomas de decisión, las tareas auxiliares en la acogida
residencial, la selección de la familia,
la preparación del niño o de la niña que se va a entregar, la
preparación de su futura familia acogedora o adoptiva, la entrega a su nueva
familia, el seguimiento, apoyo a crisis y conflictos con el sistema y por
supuesto en futuras búsquedas de orígenes y relaciones posteriores.
En la visita-estudio a Berlín, en el año 2000 contactamos
con una educadora social, que había entregado de joven a su hijo en adopción y
asesoraba a grupos de madres biológicas para acompañarlas en el difícil y
doloroso proceso de entrega y encomienda de sus hijos e hijas a sus nuevas
familias. Esta entrega y encomienda implica una concepción más amable y
consciente del proceso de cesión y un bálsamo significativo para las familias
del presente y del futuro.
Esta misma educadora nos dio información sobre una
asociación de autoayuda de madres biológicas que informaban, preparaban,
acompañaban a madres que quisieran entregar a sus hijos e hijas tanto en
acogida residencial, como familiar o adopción. Lo hacían desde la convicción de
que ellas eran así útiles para sus criaturas y sus futuras familias. Se sentían
colaboradoras y partícipes de un proceso sin la perjudicial y traumática
actuación de incógnito ni cesiones a la fuerza. El nombre de la asociación era
muy curioso “Madres sin hijo” (Müttern
Ohne Kind). Ellas consideraban su tarea como una responsabilidad maternal y
colaboraban en el difícil proceso de transición entre unas y otras.
Probablemente no es posible un proceso de entrega y donación más amable que
este para los niños y niñas y sus diversas familias. A nosotros esta
experiencia complementaria, nos inspiró y orientó considerablemente a mejorar
el trabajo de información, preparación, acompañamiento, seguimiento y
capacitación de las familias en primer lugar en el proceso de acogimiento
familiar y posteriormente en las adopciones donde nos lo dejaron hacer.
Esto requiere también un pensamiento sistémico familiar de
la transición de los niños y niñas entre sus diversas familias, además de
estrategias y tiempo de trabajo con todas las partes. Siempre se nos ha mirado
raro por tener esta visión y estas prácticas. El pensamiento y la consiguiente
praxis de que unas familias son las sustitutas de otras nos parece inadecuado.
Las familias son complementarias y cada una aporta a los niños, niñas y
adolescentes sus diversos legados.
Es bueno informar, acompañar y pedir permiso a la familia
que va a entregar a su hijo siempre que se pueda, pensando que son muy pocas
veces cuando esto no se puede hacer. Ayudarles a elaborar sus duelos, sus
sentimientos de fracaso y pérdida, las bondades de la solución familiar frente
a la residencial, que muchos familiares biológicos han experimentado, les
predispone a la colaboración en la preparación de sus hijos e hijas para ser
entregados, les hace asumir responsabilidades para el futuro, aportar sus
legados de una forma natural e incluso colaborar en las crisis y dificultades
que sus hijos e hijas puedan tener a lo largo de las diferentes etapas
evolutivas durante su acogida familiar o su proceso adoptivo. Teniendo estas
praxis las familias pueden sentirse y ser consideradas competentes, útiles y
protagonistas. Cada cual a su manera pueden también construir red de ayuda
mutua ante las dificultades de los niños y niñas y no se desperdician energías
en procesos estériles y letales de apropiación (considerar que la única familia
aceptable es la de acogida o la adoptiva).
El acompañamiento a madres, padres y familiares de los
menores tutelados en los momentos de progresar hacia el acogimiento
residencial, familiar, o la adopción es una manera técnica de ayudarles a hacer
una transición de la negligencia y desprotección hacia la responsabilización
como “madres, padres, familiares sin hijo/a” a cargo, pero presentes con sus
aportes a su crianza. La superación de los prejuicios y recelos de los diversos
integrantes de las diversas familias, de los profesionales y del sistema de
protección tiene como consecuencia, no solo un modo de mirada distinta, sino
además un buen trato y unos cuidados que redundan en el interés superior del
NNA.
Tareas de los padres, madres y familiares
Pensamos que estas son las tareas y funciones que pueden
asumir las familias biológicas en las situaciones de acogimiento residencial,
familiar o adopción de sus hijos e hijas como “madres, padres, familiares que ceden a su hijo o hija” cuando se
les prepara y se les acompaña con respeto, solvencia y mimo:
·
Notificación al hijo/a de
la separación por parte de familiares biológicos, explicándoles los motivos e
informándoles de su aceptación y permiso para convivir y querer a sus nuevos
familiares. Esta notificación puede ser vivida con dolor, pero también como una
encomienda y un permiso para vincularse con las nuevas personas
·
La transición entre
familias y el consiguiente duelo adaptativo que sufrirán los niños, niñas y
adolescentes tendrá menos riesgos de generar excesos de sufrimiento y la
frecuente traumatización que han generado en nuestra cultura protectora las
rupturas y separaciones abruptas. El ingreso en centro de acogida residencial,
el acompañamiento familiar por parte de la familia biológica se puede hacer
tambien con estos métodos.
·
Rituales de entrega,
presentación, encomienda y recomendaciones a los técnicos del centro
residencial, las familias acogedoras o adoptivas por parte de la familia
biológica con la colaboración y mediación de los profesionales, que ayudarán a
rebajar la desconfianza mutua, tensiones y temores.
·
La elaboración del legado
y de la historia familiar con aportes de datos reales de la biografía familiar
y personal de sus miembros es una tarea progresiva y evolutiva que facilita en
buena parte la reparación del abandono y de los malos tratos infligidos. La
historia por muy cargada que esté de experiencias de dolor y sufrimiento debe
ser narrada y explicada de forma coherente y cuidadosa y para ello las familias
necesitan ayuda y acompañamiento. La experiencia nos viene a confirmar lo que
nos dice Boris Cyrulnik, que, aunque en las historias y biografías familiares
de los niños, niñas y adolescentes víctimas de abandono en edades tempranas hay
dolor y sufrimiento, este tiene una esperanza frente al horror total que
generan los silencios y la falta de transparencia en torno a las adversidades y
abandono sufridos. Así hemos podido comprobar que las historias de vida malas y
potencialmente patologizantes, son historias y narraciones incompletas, mal elaboradas
e incoherentes. Ayudarles a poner orden, lugares, personas, emociones,
acontecimientos, fechas… con narraciones libres de juicios y prejuicios es algo
que todos agradecemos y es la forma de que historias que podrían ser de terror
tengan sentido, significado y aporten claves para reconciliarse con el pasado
doloroso.
·
Las familias biológicas
deben de poder dejar con el debido acompañamiento profesional documentos,
fotografías, objetos, medallas, joyas, prendas, juguetes, recordatorios, cartas
que posibiliten a los niños, niñas y adolescentes separados de sus orígenes
construir su identidad sin trabas, tabúes y ausencias significativas.
·
El acoplamiento en
familia de acogida o familia adoptiva se puede hacer mediante colaboración de
la familia biológica con las familias de acogida o adoptivas y desde sus
respectivos hogares y lugares geográficos, donde las idas y venidas entre unos
y otros cuando sea posible facilite la integración de los diversos mundos de
referencia en la identidad de los niños, niñas y adolescentes. Es recomendable
limpiar las dolorosas sensaciones de destierro que provocan las medidas
protectoras y hacer lo imposible para que los cambios geográficos algún día
puedan desaparecer porque nuestros niños, niñas y adolescentes encuentran y tienen
su respuesta protectora en su propia comunidad, barrio, pueblo o ciudad. Lo
familiar y lo local y comunitario son aspectos del legado y de la identidad que
tambien deben ser cuidados y promovidos por el sistema de protección. Las
visitas regulares a los hogares, barrio y lugares donde uno ha vivido y crecido
con los suyos es una práctica muy tranquilizadora. Son lugares y espacios
generadores de pertenencia e identidad y facilitan la aceptación de la medida
protectora.
·
El seguimiento de los
profesionales a las diversas familias y el aprovechamiento de las visitas y
lugares de encuentro de los niños, niñas y adolescentes con sus familias
biológicas sirve para la notificación de los progresos, las explicaciones y
comunicaciones que sean precisas entre las partes sobre los progresos e incluso
las dificultades y ayudas necesarias a los interesados y sobre todo para la
coordinación interfamiliar. Para los niños, niñas y adolescentes ver
coordinadas, juntas y verles actuar juntas en algunas ocasiones a sus familias
les aporta seguridad, identidad y sobre todo un sinfín de oportunidades para la
reparación y reconciliación.
·
La reparación es un deber
significativo de quienes han causado los daños y se puede hacer de muchas
maneras para los niños, niñas y adolescentes. En ocasiones puede ser
interesarse por los resultados académicos y validar los avances y progresos. Se
puede hacer con actividades de ocio y juego programadas, con celebraciones de
cumpleaños y fiestas significadas. Con transmisión de historias y anécdotas de
la vida familiar e incluso reconociendo explícitamente el daño causado y la
culpa sentida por la ausencia de cuidados, malos tratos o situaciones de
peligro vividas. Pedir perdón y pedir disculpas a los niños, niñas y
adolescentes protegido por los errores, lesiones y daños causados, les ayuda a
no repetir los mismos errores de sus padres y madres y afianzarse en los
modelos funcionales de sus familias de acogida y adoptivas. Invertir tiempo y
acompañamiento profesional en estos acompañamientos es una inversión que
protege de forma considerable.
·
La búsqueda de orígenes y
la mediación de origenes entre la familia biológica y las de acogida y
adoptivas tiene que tender hacia algo temporalmente más natural, continuo y
permanente y dejar de ser ese acontecimiento vivido frecuentemente como
puntual, extraordinario, peligroso y de alto riesgo. El silencio y la ausencia
de relato causa más daño que las realidades vividas. Se tiene que tener un
cuidado muy especial en los elementos constitutivos de una narración sana, que
debe ser lo más completa posible, coherente, veraz y desprovista de juicios.
Los juicios con sus correspondientes reacciones emocionales son la prerrogativa
de los niños, niñas y adolescentes y les ayudan a integrar la complejidad de
sus vida e identidades.
También las familias
acogedoras y adoptivas son tratadas como maltratantes, negligentes y culpables
de los males y trastornos de sus hijos e hijas
No hace muchos años un encuentro de la PFAD, la
confederación de asociaciones de familias de acogida y adoptivas de Alemania
tituló una de sus reuniones con el siguiente lema: “Familias de acogida y
adoptivas, de la alabanza al reproche”. Tradicionalmente estas familias suelen
jugar en el equipo de los buenos, pero dado el perfil de niños, niñas y
adolescentes que se acogen o adoptan pueden llegar a cambiar al bando de los
malos. Las secuelas y daños que sufren una buena parte de sus niños, niñas y
adolescentes, junto con las dificultades propias de sus desarrollos alterados
por las adversidades y la escasez de recursos especializados, hacen que sus
crianzas y procesos educativos o abunden en exceso de tensiones o algunos y
algunas pasen por graves situaciones de riesgo, y no pocas convivencias pasan
por ruptura. Es en estas situaciones donde las familias acogedoras y adoptivas
pueden ser cruelmente juzgadas y tachadas de incompetentes.
Los procesos de abandono y sus graves secuelas por las
adversidades vividas en edades tempranas suelen tener un eco escandaloso en la
pubertad, adolescencia y entrada en la vida adulta de los jóvenes tutelados,
acogidos y/o adoptados. Son muchas las piedras en el camino que se encuentran
especialmente sus familias de acogida y adoptivas por parte de sus amistades,
familiares, profesionales de la enseñanza, de los servicios de salud e incluso
del sistema de protección cuando acuden pidiendo ayuda con auténtica
desesperación, agotados y sin recursos.
La adversidad temprana en combinación con la adolescencia,
si además confluye la racialidad y otras posibles diversidades y
acontecimientos como el fracaso escolar (causado por un sistema educativo que
no les atiende ni entiende), las dependencias, los trastornos de salud mental
no diagnosticados ni tratados, y cualquier conducta de riesgo posible … va a
suponer una cadena de crisis y conflictos de toda índole que, dificulta la
integración personal, social, emocional y familiar de nuestros niños, niñas y
adolescentes. La interacción de estos factores no es culpa de las familias. Son
la consecuencia de una tribu, de una comunidad que no entiende, que no ayuda,
que despista por ignorancia y busca siempre la culpa en los más cercanos,
llegando a catalogar como fracaso lo que bien tratado es una crisis importante
que tiene que ser abordada con seriedad y compromiso por toda la comunidad.
Que los niños, niñas y adolescentes de acogida familiar o
adopción vuelvan al sistema de protección es vivido como un fracaso de sus
familias de acogida o adoptivas, del cual todos los demás recursos comunitarios
somos inocentes. Familiares críticos y distantes, enseñantes impotentes,
psicólogos empoderados de nuevas técnicas parcialmente eficaces o inútiles,
psiquiatras, educadores de preservación… todos ellos y ellas desconocedores de
las situaciones y necesidades de estos niños, niñas y adolescentes, con miedo
en el cuerpo, movidos inesperadamente de sus zonas de confort, a menudo con
cierto enfado y con una gran decepción por ver no cubiertas sus irreales
expectativas de reparación y curación, pueden llegar a arremeter sin piedad contra
familias comprometidas, vinculadas, pero también agotadas y sin recursos, que
probaron de todo lo que ha circulado como solución en sus foros de referencia.
Estas familias dolidas y en soledad con frecuencia se
plantean tirar la toalla y se llegan a creer lo que este contexto de protección
y comunitario enloquecido les propone. No es raro que incluso se lleguen a
dictar medidas protectoras contra estas familias como si de maltratantes se
estuvieran ocupando. Estos niños, niñas y adolescentes no precisan ser
protegidos de sus familias sino ser reconectados.
La mayor parte de los casos difíciles que conocemos, no se
trata de fracasos, aunque puedan darse rupturas de convivencia. Estas pueden
ser necesarias para recomponer las relaciones y reconducir algunos procesos de
salud mental y los tratamientos oportunos. Algunas vidas familiares se han
convertido en auténticos infiernos por la cantidad de conflictos acumulados por
los adolescentes y jóvenes acogidos y adoptados. Y repito que no es culpa de
sus familias ni de los niños, niñas y adolescentes.
En nuestra experiencia la distancia física provocada y
acompañada puede ayudar a mejorar en relativamente poco tiempo la situación, si
se actúa de forma coordinada y sin quitar a las familias del medio. Con frecuencia
estos adolescentes y jóvenes, víctimas de adversidades tempranas cuyas secuelas
les impiden un adecuado autocontrol emocional en medio de una inmadurez
generalizada, con falta de recursos personales, fracaso escolar, trastornos de
salud mental, consumos de alcohol y drogas, relaciones de dependencia emocional
de sus parejas, fugas del domicilio, comisión de hurtos y delitos… necesitan
una contención, un control y unas terapias que las familias no tienen a su
alcance.
En esta vorágine y situación de crisis generalizada,
necesitan límites, pero también la presencia afectiva y emocional de sus
familias y personas acogedoras y adoptantes. A una distancia óptima que le
facilite la reparación de las relaciones y la seguridad de que no van a volver
a sufrir de otro abandono más y para siempre. Convivencia dañada e interrumpida
no es sinónimo de ausencia e inutilidad del vínculo afectivo creado durante
años de buenos cuidados y atenciones. La estrategia debería consistir en dar
cobertura a las necesidades básicas de contención, salud mental, rutinas y
orden para que los adolescentes y jóvenes puedan volver a reconectar y activar
sus vínculos emocionales y superar las dificultades de la edad y el desarrollo
disarmónico.
Propuestas de
atención y cuidado a las familias de acogida y adoptadas que precisan la ayuda
Teniendo en cuenta lo dicho. ¿Que se puede hacer con las
familias en la circunstancia de que se hace necesario un ingreso en centro de
acogida de sus niños, niñas y adolescentes. Desde nuestra experiencia en
rupturas proponemos las siguientes estrategias:
· No dar
crédito a ciertos mensajes de los chicos y chicas donde sus quejas estan
únicamente dirigidas a acusar a sus acogedores o adoptantes de padres y madres
con exceso de rigidez. Sus quejas pueden y suelen estar lastradas por unos
excesivos descontroles emocionales provenientes de sus adversidades tempranas y
acompañadas de desacato a la autoridad parental, conductas de riesgo
(absentismo escolar, compañías peligrosas, incumplimiento de horarios y
rutinas, fugas…)
· Evitar
alianzas perversas con estos adolescentes en contra de sus acogedores o
adoptantes. Pueden llegar a ser muy convincentes y seductores y defienden muy
bien sus intereses y derechos, pero cojean en rutinas, elaboración de orígenes
y cumplimiento de deberes.
· Si se
produce ruptura de convivencia no aislar a los adolescentes de sus figuras
parentales de acogida o adopción. Es útil programar visitas y encuentros
breves, aunque el adolescente rechace dichas visitas. Hay que animar a sus acogedores
y adoptantes a mantener la presencia y a no tirar la toalla.
· Hay que
pedir a los adolescentes respeto por sus acogedores y adoptantes y favorecer
que la familia tenga actos de magnanimidad y oferta de continuidad de relación,
confirmando su disposición a no abandonar a su hijo con hechos y presencia.
· Si hay
internamiento en centro de acogida es conveniente hacer a los acogedores y
adoptantes partícipes de las tomas de decisión y de tareas de acompañamiento a
su hijo (gestiones, visitas médicas o psicosociales, compra de ropa…). Delegar
en acogedores y adoptantes todas las tareas que se puedan. Lo que puedan hacer
acogedores o adoptantes que no lo hagan los educadores.
· Es
fundamental tambien mantener bien informados a los acogedores y adoptantes de
los acontecimientos relacionados con sus hijos o hijas, de las rutinas en el
centro de acogida residencial, el escolar y las acciones de ocio. Convendría
poner al adolescente normas y rutinas similares o idénticas a las de su hogar
familiar, aunque aparentemente supongan un agravio comparativo. Preferentemente
nunca “mejores” o “más ventajosas” que las de su hogar de acogida o adopción.
· Promover
las visitas (en el centro o en el domicilio familiar) y contactos tanto
presenciales como telefónicos y posibilitar reuniones familiares y relaciones
con la familia extensa. Nada de aislamientos preventivos pues pueden ser
vividos como abandono. Visitas, contactos y presencias aunque inicialmente sean
rechazadas con rotundidad por los adolescentes, pero con la condición de que la
familia no violente al adolescente con reproches, sermones, descalificaciones,
chantajes, amenazas o profecías. El postureo de rechazo rotundo y “para
siempre” de los adolescentes enfadados no suele durar mucho tiempo y en cuanto
aterrizan en la realidad pueden echar de menos a sus familias, sus ambientes de
clase no marginal y los beneficios de una vida ordenada. La distancia física
cuando los adolescentes o jóvenes y sus acogedores o adoptantes ya no se pueden
aguantar es facilitadora de una mejor y más favorable y cercana distancia
emocional. Para poderse echar de menos necesitan más espacio y distancia física
· No alargar
excesivamente la estancia en el centro de acogida y no ofrecer a estos
adolescentes el recurso de los pisos de emancipación. Si debe iniciar su vida
autónoma porque no conviene retomar la convivencia, que esta transición la haga
con los recursos y el apoyo de sus familias. Puede ser una buena idea el
concebir la acogida residencial de estos adolescentes como un espacio de
refresco y descanso para todos y en especial para sus personas acogedoras y
adoptantes.
· No juzgar
ni calificar a estas familias como negligentes o maltratadoras si no hay
motivos, centrar los esfuerzos en la reconexión y en la reunificación. La vuelta
del joven a casa con sus acogedores o adoptantes tiene que estar supeditada al
cumplimiento de las rutinas de la familia de acogida o adoptiva y de los
tratamientos rehabilitadores, médicos, farmacológicos o psicoterapéuticos que
se consideren oportunos.
· Establecer
una alianza manifiesta con la familia de acogida o adoptiva. Que sea evidente
la colaboración entre equipo educativo del centro y el padre o la madre para el
adolescente. Empoderando a sus adultos de referencia todo lo que sea posible y
promoviendo contactos, relaciones y presencia de las figuras de referencia del
adolescente internado en centro de acogida.
· Diseño de
medidas e intervenciones específicas para fortalecer el papel y la
participación de las familias acogedoras y adoptivas en el sistema de
protección, fomentando su asociación y el que desarrollen programas que
faciliten la satisfacción de sus necesidades y las de sus hijos e hijas.
Conclusiones
La familia biológica puede ser el origen de los problemas de
los niños, niñas y adolescentes necesitados de protección, pero también puede
ser un recurso valioso cuando se le dedican cuidados y atenciones. El buen
trato no cae nunca en saco roto. Con estas medidas tan sencillas puede ser los
adolescentes acogidos en familias o adoptados reconectados con sus familias de
referencia y acortarse la estancia en el centro de acogida residencial, cuando
la ruptura de convivencia se considere necesaria. La interrupción de la
convivencia no impide el mantenimiento de los vínculos y puede ser una oportunidad
para una puesta a punto tanto de las familias como de sus hijos e hijas. El
cese de convivencia que con frecuencia el sistema de protección vive como un
fracaso puede convertirse en una nueva oportunidad de cambio y mejora para todo
el sistema familiar.
Recordar tambien a las organizaciones de familias,
especialmente a las de acogida y adoptivas de su responsabilidad y protagonismo
en la mejora del trato y de los cuidados que reciben de instituciones,
organizaciones y profesionales. Mientras no alcen la voz, den a conocer su
situación y reclamen, promuevan y exijan otros modos de actuación, habrá quien
siga tratándoles cuando algunas crisis adolescentes les desborden, como los
causantes de los problemas de sus hijos y como familias fracasadas e incapaces
de aportar soluciones.
A modo de conclusión volver a insistir en que el trato y los
cuidados a las familias de los niños, niñas y adolescentes en protección en los
términos que proponemos puede hacer que sus familias sean tenidas en cuenta
como parte de la solución de las necesidades de protección y no como el
problema que debe ser apartado. Desde estas páginas os invito a experimentar en
vuestras intervenciones estas sencillas estrategias, y así, romper los moldes
con los que se forman nuestros prejuicios, ignorancias y temores ante las
familias. También pongo a disposición de quien lo desee los materiales y
documentos trabajados que os puedan servir de guía y referencia. Y ante todo no
dejéis de compartir estas experiencias con todo vuestro entorno. El buen trato
y los cuidados a las familias de los niños, niñas y adolescentes es buen trato
y cuidados para ellos y ellas.
Javier J. Múgica Flores
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