sábado, 8 de junio de 2024

Particularidades del proceso de integración de los niños y niñas de condición adoptiva según la Teoría de la Integración de Monika Niensted y Armin Westermann (1991)

 

Particularidades del proceso de integración de los niños y niñas de condición adoptiva según la Teoría de la Integración de Monika Nienstedt y Armin Westermann (1991). 

Javier Mugica, psicólogo y terapeuta de familia del Servicio Adoptia de Atención Psicosocial de Agintzari, S. Coop. De Iniciativa Social. Bilbao, abril 2011.

 

INTRODUCCION

 

Todos los niños y niñas que adoptamos son víctimas de experiencias de abandono temprano y en mayor o menor medida experiencias de maltrato, negligencia, abusos e institucionalización en unas edades en las que están construyendo los pilares de su personalidad. No todos se ven afectados de la misma manera ni con la misma intensidad. Los hay incluso con muy pocos daños. Pero la probabilidad de que el desarrollo de su estructura de personalidad quede afectado es muy alta. El abandono y las condiciones en que este se ha producido van a afectar a su desarrollo y a su forma de integrarse tanto en su familia como en su entorno social y escolar.

 

Muchos de estos niños y niñas tienen como consecuencia de su vida anterior a la adopción dificultades madurativas y a veces estructurales. La vida y su entorno les ha provisto de menos recursos, de menos experiencias provechosas, de menos capacidades para afrontar las dificultades y los retos del desarrollo. Llegan con desventajas evidentes a su nueva vida y además tienen que reparar los daños habidos, además de aprender nuevos modos de vida, idioma, cultura, usos... Por tanto en comparación con otros niños han de hacer más tareas vitales con muchos menos recursos. Su proceso de integración será necesariamente más costoso.

 

El trato inadecuado recibido desde edades tempranas genera estructuras de personalidad y estilo de apego inseguros que el niño los expresa a través de comportamientos como : inmadurez, desconfianza, falsa autonomía, dificultades para controlar y gestionar sus emociones, pensamientos y actuaciones , para entender las emociones, pensamientos y acciones de los demás, para prestar atención, para controlar sus impulsos, para aceptar frustraciones, criticas o aplazamientos, para gestionar agendas y tareas, para manejar el orden o gestionar iniciativas, para manejar el espacio y el tiempo, mentiras por nimiedades, manipulación de personas, exceso de seducción hacia los adultos, rabietas por nimiedades, desobediencia, pequeños hurtos, excesiva agresividad, timidez, exceso de sumisión, dificultades para expresar emociones, dar explicaciones sobre sucesos o narrar historias…  Estas dificultades dificultan su desarrollo y sobre desconciertan a su entorno de adoptantes, enseñantes, familiares, técnicos… Estos comportamientos son síntomas que nos hablan de los daños socioemocionales sufridos por los niños y niñas y están completamente ligados a su abandono y las condiciones en que este se produce.

 

El desconocimiento generalizado sobre la realidad y las necesidades de estos niños y niñas hace que muchos adoptantes, enseñantes y técnicos se sorprendan y hagan atribuciones sobre las causas y los motivos de estos comportamientos. Una evidencia conocida desde los servicios de protección infantil es que los niños y niñas que se desarrollan en ambientes desfavorecidos son más complicados de educar y criar. El daño sufrido se traduce en comportamientos inadecuados, aunque no siempre disruptivos o vividos y valorados como problemáticos. El proceso de integración de los niños adoptados tardíamente (más del 90%) no suele ser fácil y puede explicarse a través de la teoría de la integración de Nienstedt y Westermann.

 

EL COMPLEJO PROCESO DE INTEGRACION

 

Los vínculos y las relaciones entre padres e hijos en las familias adoptivas no son algo que surgen de un día para otro; son algo que se desarrollan lentamente a lo largo de un proceso que puede durar meses y años.

 

Para el niño adoptado, independientemente de la calidad y de los impactos de de sus experiencias tempranas, su integración en una familia adoptiva en un nuevo contexto social de clase media es una experiencia que implica un cambio de ambiente, en el cual se va a sentir muy inseguro. Va a ser separado de personas con las que está habituado y se va a confrontar repentinamente con un nuevo sistema familiar, social y escolar, cuyas reglas desconoce por completo. El idioma, los usos, las costumbres y las formas de comportamiento del niño en su medio anterior van a verse cuestionadas y las reglas actuales, que le resultan funcionales y prácticas para sobrevivir en un mundo de abandono, negligencia, peligros e institucionalización van a dejar de ser válidas. Le sirven para sobrevivir en ese mundo pero no para su nueva vida de clase media.

 

Las exigencias del nuevo mundo y las expectativas de sus adoptantes le van a hacerse sentir necesariamente vencido e impotente. La integración de un niño adoptado en su nueva familia es algo que solamente puede ocurrir de forma progresiva. Esta realidad es obviada con mucha frecuencia por el entorno dadas sus actitudes adaptativas que hacen pensar que el niño está integrado de forma rápida y en pocos meses.

 

Los doctores en Psicología,  Nienstedt y Westermann han investigado este proceso de integración y han descrito las siguientes tres fases

 

  • Fase de adaptación
  • Fase de transferencia de los conflictos
  • Fase de regresión

 

FASE DE ADAPTACIÓN O EXPLORACION DE LO NUEVO Y SEDUCCION

 

En los primeros momentos de su adopción) el niño comporta a menudo completamente adaptado. Muchos padres y madres de adopción, familiares, enseñantes y técnicos malinterpretan el asombroso buen acoplamiento del niño y piensan que el niño les ha aceptado ya como padres o como referentes o autoridad adulta.

 

El “buen comportamiento” del niño adoptado tiene sin embargo otros motivos. La circunstancia de tener que afrontar una nueva y deseada situación y tener que centrarse en ella, es algo que le genera mucha inseguridad al niño. El niño que tiene miedo a un nuevo fracaso, pues pasó por muchas otras formas de vida, depende vital y emocionalmente de la amabilidad de sus nuevas personas de referencia y no quiere perderles con “comportamientos erráticos”. A través de una aparente y adaptativa adecuación a las normas el niño busca un marco de referencia e ir así conociendo mejor la nueva, agradable y extraña realidad, pero sin asumir e interiorizar realmente las normas, las reglas y los modos. A medida que el niño va ganando y disfrutando del buen trato se incrementa su sentido de la seguridad y de confianza en las nuevas personas de forma que  puede ir abriéndose a ellas de forma progresiva. Los adultos adoptantes también se adaptan a su nuevo hijo o hija. Esta fase es más evidente en los niños cuanto mayor son y más edad tienen. Los niños pequeños (menores de dos o tres años) saltan a la siguiente fase en poco tiempo.

 

FASE DE REPETICIÓN Y TRANSFERENCIA DE LOS CONFLICTOS DEL PASADO AL MOMENTO PRESENTE O EL COMPORTAMIENTO A PEOR CON MUESTRAS DE CARIÑO COMO SEÑAL DE MEJORA

 

Muchos padres adoptivos se quedan muy sorprendidos con los cambios de comportamiento tras el “buen comportamiento” inicial. Con frecuencia más que sorprendidos pueden quedarse confundidos, asustados y decepcionados ante los cambios comportamentales que surgen cuando empieza a funcionar la confianza mutua. El refrán; “donde hay confianza da asco” puede explicarnos el por qué del empeoramiento del comportamiento. El niño previamente abandonado y solo ante el mundo empieza a recibir atenciones y a verse colmado de vivencias nuevas gratificantes, al sentirse querido y bien tratado en un despliegue de confianza depositará en las personas que le dan seguridad esos demonios del pasado pero en forma de comportamientos. No nos hablará de su condición de victima, sencillamente nos mostrará las heridas emocionales y sus secuelas expresando con hechos sus déficits de autocontrol, atención, organización, madurez… y se lo hará a las personas que más confianza le merecen, con las que no le merecen confianza mantendrá un comportamiento más adaptativo o “formal” dentro de los márgenes de sus posibilidades de autorregulación o control.

 

El niño herido emocionalmente despliega entonces modos de comportamiento disruptivo, que frecuentemente a los adoptantes les resulta completamente incomprensibles y son inesperados. El niño va a oscilar entre el mal comportamiento y formas afectivamente acarameladas ante las más diversas situaciones de la vida cotidiana. A la vez y de forma habitual y cotidiana puede empezar a soltar los mayores tacos y barbaridades contra algún miembro de la familia luego pedir perdón y prometer que no lo hará nunca más o también podrá rechazar de forma violenta todo tipo de contacto corporal y al cabo de una rato pedir mimos o buscar cercanía. Podremos observar en el niño formas compulsivas, excesivas y desordenadas de comer; puede coger a escondidas comida, acaparándola y guardándola para no se sabe cuando. El niño puede provocar a sus nuevos padres de formas muy diversas y se meterá y les meterá en situaciones conflictivas. Esta repentina y paulatina acumulación de conflictos y dificultades va a ser visto por los adoptantes y sobre todo por su entorno familiar, escolar e incluso técnico como retroceso y como prueba de su incapacidad o falta de habilidad para educar. También esta situación será evaluada como ingratitud o mala intención por parte del niño adoptado.

 

Sin embargo el cambio de conducta del niño es la expresión de que esta haciendo progresos importantes. Las conductas que a diario va desplegando no van dirigidas contra sus adoptantes, tienen que ver con la transferencia de antiguas vivencias a la nueva situación y con la repetición de conflictos o dificultades que no puede o sabe resolver. El niño afronta su nueva situación familiar en base a sus experiencias anteriores y a sus déficits y dificultades. Transfiere estas a su nueva situación. Si el niño ha tenido un pasado lleno de experiencias negativas de miedo, se comportará temeroso. De esta manera, por ejemplo, transferirá a los contactos con sus adoptantes los sentimientos de miedo y odio, que no haya resuelto con sus progenitores biológicos o cuidadores precedentes violentos, negligentes o maltratadores. Y aunque en este tipo de situaciones resulte difícil, es necesario que sus adoptantes y personas cercanas le manifiesten al niño una y otra, que se le quiere, se le comprende, se le entiende y se le acepta.

 

El satisfacer sus necesidades, los sentimientos de seguridad, los cuidados, los mimos, el poder confiar, el sentirse aceptado y querido por sus adoptantes y otras personas posibilita al niño, enmendar viejos modos de comportamiento y abrirse a nuevas experiencias. El niño intentará poner a prueba de todas las maneras y formas posibles la fiabilidad de sus nuevas personas de referencia, así como la solidez de la nueva relación, no olvidemos que previamente pasó por otras muchas relaciones con su familia y cuidadores que fracasaron o se cortaron. Los adultos comprometidos actuarán con firmeza, autoridad y poniendo límite a sus malos modos, a la vez que le manifestarán cariño. Esta postura de los adultos da al niño seguridad, certidumbre y confianza. Para entender los comportamientos en esta fase es conveniente conocer la historia previa del niño para entender mejor las transferencias emocionales que hace el niño. Así podemos ayudar eficazmente al niño en sus intentos de percibir y expresar sus experiencias y sentimientos a través de preguntas cuidadosamente elaboradas.

 

LA CONSTRUCCIÓN DE LA RELACIÓN, EL RETROCESO A FORMAS DE COMPORTAMIENTO DE LA INFANCIA TEMPRANA O LA APARICIÓN DE  REGRESIÓNES

 

En esta fase o parte del proceso de integración el niño hará retroceso a modos de comportamiento propios de una infancia más temprana que la suya. A menudo le surgirá el deseo de ser llevado en brazos, ser vestido, que le den de comer a la boca, chupar un chupete,  beber de un biberón, tocar los pechos de su madre, jugará con niños más pequeños, querrá saber sobre los bebés, hablará como un niño chiquitín... Estas actuaciones no propias de su edad indican, que el niño quiere disfrutar de lo que apenas tuvo o no pudo satisfacer. Si al niño se le ofrece esta oportunidad, podrá recuperar aquello que le ha faltado y satisfacer aquellas necesidades insuficientemente vividas y reconstruir una base más sólida para su sano desarrollo. Los comportamientos infantiles e inmaduros están realmente en contradicción con la edad cronológica del niño, pero sin embargo tampoco se despliegan en todas las facetas de la vida del niño ni de forma continua y se alternarán con comportamientos propios de su edad, remitiendo progresivamente en la medida en que el niño tiene la oportunidad de vivir satisfactoriamente estas necesidades no cubiertas.

 

El modo funcional de gestionar las regresiones consiste en que los adoptantes en espacios privados, fuera de la mirada indiscreta de personas ajenas que malinterpretan lo que ven, faciliten a modo de juego limitado en espacios de tiempo y con explicaciones previas la posibilidad de vivir estas experiencias infantiles insuficientemente satisfechas y jueguen a acunarle, darle de comer a la boca, vestirle o desvestirle, que jueguen a nacer de la tripa, que se tomen bebidas en biberón, que tengán el chupete un tiempo, que hablen como se les habla a los bebés, que gateen… Es aconsejable que dichas actuaciones no sean contadas a técnicos desconocedores de las necesidades infantiles de los niños abandonados, como enseñantes, psicólogos, pediatras o psiquiatras y evitar así absurdas denuncias de “sobreprotección” o “negligencia parental”.

 

La satisfacción de estas necesidades y vivencia de regresiones ayudan a al niño a descubrir su propio cuerpo, a poner a prueba sus propias facultades y habilidades personales, a asumir iniciativas, a desplegar agresiones adecuadamente, a atravesar una cierta fase de duelo reparador con presencia de tristeza por lo no vivido, a empezar a reconocer normas y valores y los adoptantes y otros adultos implicados notarán entonces que el niño ha desarrollado un sentimiento de pertenencia hacia ellos. De esta manera se irá afianzando y fortaleciendo la integración y los vínculos del niño con sus adoptantes y su nueva familia y entorno y su sentido de la pertenencia al nuevo grupo familiar y comunitario.

 

CONCLUSIONES

 

Aunque el citado desarrollo en tres fases es seguramente el ideal, no se produce de modo lineal, sino circular, cíclicamente y con avances en espiral. Es importante que los adoptantes y otros adultos tengan tacto, intuición, paciencia y tiempo en buenas dosis. La experiencia nos confirma que las secuelas y vivencias traumáticas de los niños con abandono temprano y de adopción tardía (más de 18 meses) no se pueden reparar ni elaborar en periodos cortos de tiempo, ni que los desarrollos deficitarios se pueden recuperar en unas pocas semanas o meses. Para el desarrollo de relaciones positivas en el seno de una familia y de una comunidad adoptiva hace falta mucho tiempo, y en ocasiones años.

 

La normalización de las capacidades y desarrollos acorde a la edad cronológica lejos de garantizar el bienestar y la reparación de los niños dañados puede suponer la tumba del proceso integrador. Con niños dañados como muchos adoptados, hemos de ir hacia la inclusión o aceptación de la diferencia y diversidad para ayudarles a progresar desde sus puntos de partida y no desde nuestras expectativas o estándares de normalidad. Su punto es ya su normalidad.

 

Hay también situaciones en las que ocasiones, el niño, a causa de la gravedad de los daños emocionales recibidos en su vida anterior, puede estar discapacitado para la integración familiar o comunitaria a pesar de toda la comprensión, cariño y tacto que sus adoptantes y adultos referenciales posean o desarrollen. En este caso se recomienda ayuda psicoterapéutica solvente y competente.

 

 

Referencias para este artículo:

 

HUBER – NIENHAUS, S., y cols. (2003). “Handbuch für Pflege- und Adoptiveltern. Pädagogische, psychologische und rechtliche Fragen des Adoptions- und Pflegekinderwesens”. Idstein: Schulz – Kichner.

NIENSTEDT,M. y WESTERMANN,A. (1989). Pflegekinder. Psychologische Beiträge zur Sozialisation von Kindern in Ersatzfamilien. Münster: Votum Verlag

 

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