Particularidades del proceso de integración de los niños y niñas de condición adoptiva según la Teoría de la Integración de Monika Nienstedt y Armin Westermann (1991).
Javier Mugica, psicólogo y terapeuta de familia del Servicio Adoptia de Atención Psicosocial de Agintzari, S. Coop. De Iniciativa Social. Bilbao, abril 2011.
INTRODUCCION
Todos
los niños y niñas que adoptamos son víctimas de experiencias de abandono
temprano y en mayor o menor medida experiencias de maltrato, negligencia,
abusos e institucionalización en unas edades en las que están construyendo los
pilares de su personalidad. No todos se ven afectados de la misma manera ni con
la misma intensidad. Los hay incluso con muy pocos daños. Pero la probabilidad
de que el desarrollo de su estructura de personalidad quede afectado es muy
alta. El abandono y las condiciones en que este se ha producido van a afectar a
su desarrollo y a su forma de integrarse tanto en su familia como en su entorno
social y escolar.
Muchos
de estos niños y niñas tienen como consecuencia de su vida anterior a la
adopción dificultades madurativas y a veces estructurales. La vida y su entorno
les ha provisto de menos recursos, de menos experiencias provechosas, de menos
capacidades para afrontar las dificultades y los retos del desarrollo. Llegan
con desventajas evidentes a su nueva vida y además tienen que reparar los daños
habidos, además de aprender nuevos modos de vida, idioma, cultura, usos... Por
tanto en comparación con otros niños han de hacer más tareas vitales con muchos
menos recursos. Su proceso de integración será necesariamente más costoso.
El
trato inadecuado recibido desde edades tempranas genera estructuras de
personalidad y estilo de apego inseguros que el niño los expresa a través de
comportamientos como : inmadurez, desconfianza, falsa autonomía, dificultades
para controlar y gestionar sus emociones, pensamientos y actuaciones , para
entender las emociones, pensamientos y acciones de los demás, para prestar
atención, para controlar sus impulsos, para aceptar frustraciones, criticas o
aplazamientos, para gestionar agendas y tareas, para manejar el orden o
gestionar iniciativas, para manejar el espacio y el tiempo, mentiras por
nimiedades, manipulación de personas, exceso de seducción hacia los adultos,
rabietas por nimiedades, desobediencia, pequeños hurtos, excesiva agresividad,
timidez, exceso de sumisión, dificultades para expresar emociones, dar
explicaciones sobre sucesos o narrar historias…
Estas dificultades dificultan su desarrollo y sobre desconciertan a su
entorno de adoptantes, enseñantes, familiares, técnicos… Estos comportamientos
son síntomas que nos hablan de los daños socioemocionales sufridos por los
niños y niñas y están completamente ligados a su abandono y las condiciones en
que este se produce.
El
desconocimiento generalizado sobre la realidad y las necesidades de estos niños
y niñas hace que muchos adoptantes, enseñantes y técnicos se sorprendan y hagan
atribuciones sobre las causas y los motivos de estos comportamientos. Una
evidencia conocida desde los servicios de protección infantil es que los niños
y niñas que se desarrollan en ambientes desfavorecidos son más complicados de
educar y criar. El daño sufrido se traduce en comportamientos inadecuados,
aunque no siempre disruptivos o vividos y valorados como problemáticos. El
proceso de integración de los niños adoptados tardíamente (más del 90%) no
suele ser fácil y puede explicarse a través de la teoría de la integración de
Nienstedt y Westermann.
EL
COMPLEJO PROCESO DE INTEGRACION
Los
vínculos y las relaciones entre padres e hijos en las familias adoptivas no son
algo que surgen de un día para otro; son algo que se desarrollan lentamente a
lo largo de un proceso que puede durar meses y años.
Para
el niño adoptado, independientemente de la calidad y de los impactos de de sus
experiencias tempranas, su integración en una familia adoptiva en un nuevo
contexto social de clase media es una experiencia que implica un cambio de
ambiente, en el cual se va a sentir muy inseguro. Va a ser separado de personas
con las que está habituado y se va a confrontar repentinamente con un nuevo
sistema familiar, social y escolar, cuyas reglas desconoce por completo. El
idioma, los usos, las costumbres y las formas de comportamiento del niño en su
medio anterior van a verse cuestionadas y las reglas actuales, que le resultan
funcionales y prácticas para sobrevivir en un mundo de abandono, negligencia,
peligros e institucionalización van a dejar de ser válidas. Le sirven para
sobrevivir en ese mundo pero no para su nueva vida de clase media.
Las
exigencias del nuevo mundo y las expectativas de sus adoptantes le van a
hacerse sentir necesariamente vencido e impotente. La integración de un niño
adoptado en su nueva familia es algo que solamente puede ocurrir de forma
progresiva. Esta realidad es obviada con mucha frecuencia por el entorno dadas
sus actitudes adaptativas que hacen pensar que el niño está integrado de forma
rápida y en pocos meses.
Los
doctores en Psicología, Nienstedt y
Westermann han investigado este proceso de integración y han descrito las
siguientes tres fases
- Fase de
adaptación
- Fase
de transferencia de los conflictos
- Fase de regresión
FASE DE ADAPTACIÓN O EXPLORACION DE LO
NUEVO Y SEDUCCION
En
los primeros momentos de su adopción) el niño comporta a menudo completamente
adaptado. Muchos padres y madres de adopción, familiares, enseñantes y técnicos
malinterpretan el asombroso buen acoplamiento del niño y piensan que el niño
les ha aceptado ya como padres o como referentes o autoridad adulta.
El
“buen comportamiento” del niño adoptado tiene sin embargo otros motivos. La
circunstancia de tener que afrontar una nueva y deseada situación y tener que
centrarse en ella, es algo que le genera mucha inseguridad al niño. El niño que
tiene miedo a un nuevo fracaso, pues pasó por muchas otras formas de vida,
depende vital y emocionalmente de la amabilidad de sus nuevas personas de
referencia y no quiere perderles con “comportamientos erráticos”. A través de
una aparente y adaptativa adecuación a las normas el niño busca un marco de
referencia e ir así conociendo mejor la nueva, agradable y extraña realidad,
pero sin asumir e interiorizar realmente las normas, las reglas y los modos. A
medida que el niño va ganando y disfrutando del buen trato se incrementa su
sentido de la seguridad y de confianza en las nuevas personas de forma que puede ir abriéndose a ellas de forma
progresiva. Los adultos adoptantes también se adaptan a su nuevo hijo o hija.
Esta fase es más evidente en los niños cuanto mayor son y más edad tienen. Los
niños pequeños (menores de dos o tres años) saltan a la siguiente fase en poco
tiempo.
FASE DE REPETICIÓN Y
TRANSFERENCIA DE LOS CONFLICTOS DEL PASADO AL MOMENTO PRESENTE O EL
COMPORTAMIENTO A PEOR CON MUESTRAS DE CARIÑO COMO SEÑAL DE MEJORA
Muchos
padres adoptivos se quedan muy sorprendidos con los cambios de comportamiento
tras el “buen comportamiento” inicial. Con frecuencia más que sorprendidos
pueden quedarse confundidos, asustados y decepcionados ante los cambios
comportamentales que surgen cuando empieza a funcionar la confianza mutua. El
refrán; “donde hay confianza da asco” puede explicarnos el por qué del
empeoramiento del comportamiento. El niño previamente abandonado y solo ante el
mundo empieza a recibir atenciones y a verse colmado de vivencias nuevas
gratificantes, al sentirse querido y bien tratado en un despliegue de confianza
depositará en las personas que le dan seguridad esos demonios del pasado pero
en forma de comportamientos. No nos hablará de su condición de victima,
sencillamente nos mostrará las heridas emocionales y sus secuelas expresando
con hechos sus déficits de autocontrol, atención, organización, madurez… y se
lo hará a las personas que más confianza le merecen, con las que no le merecen
confianza mantendrá un comportamiento más adaptativo o “formal” dentro de los
márgenes de sus posibilidades de autorregulación o control.
El
niño herido emocionalmente despliega entonces modos de comportamiento
disruptivo, que frecuentemente a los adoptantes les resulta completamente
incomprensibles y son inesperados. El niño va a oscilar entre el mal
comportamiento y formas afectivamente acarameladas ante las más diversas
situaciones de la vida cotidiana. A la vez y de forma habitual y cotidiana
puede empezar a soltar los mayores tacos y barbaridades contra algún miembro de
la familia luego pedir perdón y prometer que no lo hará nunca más o también
podrá rechazar de forma violenta todo tipo de contacto corporal y al cabo de
una rato pedir mimos o buscar cercanía. Podremos observar en el niño formas
compulsivas, excesivas y desordenadas de comer; puede coger a escondidas
comida, acaparándola y guardándola para no se sabe cuando. El niño puede
provocar a sus nuevos padres de formas muy diversas y se meterá y les meterá en
situaciones conflictivas. Esta repentina y paulatina acumulación de conflictos
y dificultades va a ser visto por los adoptantes y sobre todo por su entorno
familiar, escolar e incluso técnico como retroceso y como prueba de su
incapacidad o falta de habilidad para educar. También esta situación será
evaluada como ingratitud o mala intención por parte del niño adoptado.
Sin
embargo el cambio de conducta del niño es la expresión de que esta haciendo
progresos importantes. Las conductas que a diario va desplegando no van
dirigidas contra sus adoptantes, tienen que ver con la transferencia de
antiguas vivencias a la nueva situación y con la repetición de conflictos o
dificultades que no puede o sabe resolver. El niño afronta su nueva situación familiar en base
a sus experiencias anteriores y a sus déficits y dificultades. Transfiere estas
a su nueva situación. Si el niño ha tenido un pasado lleno de experiencias
negativas de miedo, se comportará temeroso. De esta manera, por ejemplo,
transferirá a los contactos con sus adoptantes los sentimientos de miedo y
odio, que no haya resuelto con sus progenitores biológicos o cuidadores
precedentes violentos, negligentes o maltratadores. Y aunque en este tipo de
situaciones resulte difícil, es necesario que sus adoptantes y personas
cercanas le manifiesten al niño una y otra, que se le quiere, se le comprende,
se le entiende y se le acepta.
El
satisfacer sus necesidades, los sentimientos de seguridad, los cuidados, los
mimos, el poder confiar, el sentirse aceptado y querido por sus adoptantes y
otras personas posibilita al niño, enmendar viejos modos de comportamiento y
abrirse a nuevas experiencias. El niño intentará poner a prueba de todas las
maneras y formas posibles la fiabilidad de sus nuevas personas de referencia,
así como la solidez de la nueva relación, no olvidemos que previamente pasó por
otras muchas relaciones con su familia y cuidadores que fracasaron o se
cortaron. Los adultos comprometidos actuarán con firmeza, autoridad y poniendo
límite a sus malos modos, a la vez que le manifestarán cariño. Esta postura de
los adultos da al niño seguridad, certidumbre y confianza. Para entender los
comportamientos en esta fase es conveniente conocer la historia previa del niño
para entender mejor las transferencias emocionales que hace el niño. Así podemos
ayudar eficazmente al niño en sus intentos de percibir y expresar sus
experiencias y sentimientos a través de preguntas cuidadosamente elaboradas.
LA CONSTRUCCIÓN DE LA RELACIÓN , EL RETROCESO A
FORMAS DE COMPORTAMIENTO DE LA INFANCIA TEMPRANA O LA APARICIÓN DE REGRESIÓNES
En
esta fase o parte del proceso de integración el niño hará retroceso a modos de
comportamiento propios de una infancia más temprana que
El
modo funcional de gestionar las regresiones consiste en que los adoptantes en
espacios privados, fuera de la mirada indiscreta de personas ajenas que
malinterpretan lo que ven, faciliten a modo de juego limitado en espacios de
tiempo y con explicaciones previas la posibilidad de vivir estas experiencias
infantiles insuficientemente satisfechas y jueguen a acunarle, darle de comer a
la boca, vestirle o desvestirle, que jueguen a nacer de la tripa, que se tomen
bebidas en biberón, que tengán el chupete un tiempo, que hablen como se les
habla a los bebés, que gateen… Es aconsejable que dichas actuaciones no sean
contadas a técnicos desconocedores de las necesidades infantiles de los niños
abandonados, como enseñantes, psicólogos, pediatras o psiquiatras y evitar así
absurdas denuncias de “sobreprotección” o “negligencia parental”.
La
satisfacción de estas necesidades y vivencia de regresiones ayudan a al niño a descubrir
su propio cuerpo, a poner a prueba sus propias facultades y habilidades
personales, a asumir iniciativas, a desplegar agresiones adecuadamente, a atravesar
una cierta fase de duelo reparador con presencia de tristeza por lo no vivido,
a empezar a reconocer normas y valores y los adoptantes y otros adultos
implicados notarán entonces que el niño ha desarrollado un sentimiento de
pertenencia hacia ellos. De esta manera se irá afianzando y fortaleciendo la
integración y los vínculos del niño con sus adoptantes y su nueva familia y
entorno y su sentido de la pertenencia al nuevo grupo familiar y comunitario.
CONCLUSIONES
Aunque
el citado desarrollo en tres fases es seguramente el ideal, no se produce de
modo lineal, sino circular, cíclicamente y con avances en espiral. Es
importante que los adoptantes y otros adultos tengan tacto, intuición,
paciencia y tiempo en buenas dosis. La experiencia nos confirma que las
secuelas y vivencias traumáticas de los niños con abandono temprano y de
adopción tardía (más de 18 meses) no se pueden reparar ni elaborar en periodos
cortos de tiempo, ni que los desarrollos deficitarios se pueden recuperar en
unas pocas semanas o meses. Para el desarrollo de relaciones positivas en el
seno de una familia y de una comunidad adoptiva hace falta mucho tiempo, y en
ocasiones años.
La
normalización de las capacidades y desarrollos acorde a la edad cronológica
lejos de garantizar el bienestar y la reparación de los niños dañados puede
suponer la tumba del proceso integrador. Con niños dañados como muchos
adoptados, hemos de ir hacia la inclusión o aceptación de la diferencia y
diversidad para ayudarles a progresar desde sus puntos de partida y no desde
nuestras expectativas o estándares de normalidad. Su punto es ya su normalidad.
Hay
también situaciones en las que ocasiones, el niño, a causa de la gravedad de
los daños emocionales recibidos en su vida anterior, puede estar discapacitado
para la integración familiar o comunitaria a pesar de toda la comprensión,
cariño y tacto que sus adoptantes y adultos referenciales posean o desarrollen.
En este caso se recomienda ayuda psicoterapéutica solvente y competente.
Referencias
para este artículo:
HUBER
– NIENHAUS, S., y cols. (2003). “Handbuch für Pflege- und Adoptiveltern. Pädagogische,
psychologische und rechtliche Fragen des Adoptions- und Pflegekinderwesens”.
Idstein: Schulz – Kichner.
NIENSTEDT,M. y WESTERMANN,A. (1989).
Pflegekinder. Psychologische Beiträge zur Sozialisation von Kindern in
Ersatzfamilien. Münster: Votum Verlag
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