LAS IMÁGENES DEL ACOGIMIENTO FAMILIAR
QUE MERMAN SU DESARROLLO
Y LA CAPTACIÓN DE NUEVAS FAMILIAS
Javier J. Múgica Flores
Psicólogo especialista
en Acogimiento Familiar y Adopción
RENOVANDO DESDE DENTRO.
SIETE RETOS Y PROPUESTAS DE MEJORA
DEL SISTEMA DE PROTECCIÓN
DE LA INFANCIA EN ESPAÑA
https://renovandodentro.wordpress.com/
ARTÍCULO 8 (JUNIO 2022):
Correo electrónico de contacto: renovandodesdedentro@protonmail.com
Renovando desde
dentro. Siete retos y propuestas de mejora del sistema de protección de la
infancia en España. (2021) por https://renovandodentro.wordpress.com/
está licenciado bajo una licencia Creative
Commons Reconocimiento-CompartirIgual 4.0 Internacional License.
LAS IMÁGENES DEL ACOGIMIENTO FAMILIAR QUE MERMAN SU DESARROLLO Y
LA CAPTACIÓN DE NUEVAS FAMILIAS
Javier J. Múgica Flores
En otoño de 2021 la ASEAF (Asociación Estatal de Acogimiento Familiar de
España) propuso la siguiente reflexión en torno al acogimiento familiar: “¿Cómo captar familias sin conocer el efecto
de lo que hacemos … y de la imagen que damos?”. La reflexión parte de la
clara conciencia del desconocimiento general de qué es el acogimiento familiar
y cuáles son sus logros pasados, presentes e incluso futuros. De esta reflexión
surgió una ponencia que presenté en las V Jornadas “Interés Superior del Menor”
2021 de dicha asociación.
En este artículo no se pretende hacer un análisis sociológico de la
imagen del acogimiento familiar en España. Se busca recopilar las diversas
imágenes que sobre el acogimiento familiar son conocidas en cuanto a medida
protectora que se desea potenciar. Podemos encontrarnos toda una serie de
imágenes que posiblemente impiden su desarrollo y hacen que la captación de
nuevas familias no solo se estanque, sino que no sean familias adecuadas, o que
causan que disminuya o crezca el número de ellas muy por debajo de las necesidades
en prácticamente todo el territorio español.
Hay muchas imágenes diferentes del acogimiento familiar en lo que toca a
sus diversos protagonistas: familias de origen o biológicas, niños, niñas y
adolescentes, personas acogedoras, profesionales de ayuda, técnicos de
protección, responsables administrativos y políticos… Todos sus protagonistas
hacen aportaciones a la idea o imagen que difundimos sobre el acogimiento familiar.
Para empezar, hay que reconocer una imagen que
con frecuencia es una no-imagen. El acogimiento familiar de niños, niñas y
adolescentes es algo que no existe o es completamente desconocido para una
inmensa mayoría de integrantes de nuestra comunidad. No aparece en los medios
de comunicación como otras medidas protectoras. Se confunde continuamente con
la adopción.
El “boca a boca”, que dicen que es un buen
modo de difusión, no ayuda a la captación. Hay muchas bocas de personas
acogedoras llenas de quejas, decepción, sufrimiento y dolor. Dicen los
publicistas que un cliente contento te trae a dos o tres más, pero que uno
descontento ahuyenta a más de diez. El descontento y las quejas de tantas
personas acogedoras desmoviliza a quien se lo esté pensando.
Haciendo una recopilación de los relatos sobre el acogimiento familiar
de niños, niñas y adolescentes se ve cómo continuamente se asocia con demasiada
frecuencia esta medida protectora a conceptos como el altruismo, la heroicidad, el bajo coste, la gratuidad, la buena voluntad,
algo desconocido, el incógnito, la temeridad o el exceso de riesgo, la
apropiación, la extirpación de legado, una serie de requisitos innecesarios
para acoger y el sacrificio.
Altruismo
Por supuesto que el altruismo está bien y es necesario, pero en el
contexto del acogimiento familiar como medida protectora, ideas como “El amor al prójimo como motor del
acogimiento familiar”, o que “Los
beneficios solo pueden ser morales” o que “El amor no puede tener precio” pueden ser un lastre. Parece que no caben otras motivaciones que no
tengan que ver con dicho altruismo, o que no pueden ser legítimas. Un informe
alemán sobre las políticas financieras de los servicios de infancia alemanes en
el acogimiento familiar constataba que el exceso de apelación al altruismo de los responsables de dichas
instituciones era inversamente
proporcional a la cantidad de recursos económicos invertidos. Dicho de otro
modo, a mayor apelación al altruismo, menor inversión en recursos para
el acogimiento familiar. Esto tiene consecuencias muy serias y muy prácticas en
el desarrollo del acogimiento familiar. Se evita el debate de los recursos
necesarios como si este debate fuera algo innecesario o atrajera solo a
personas con fines lucrativos.
Una sociedad debe promover y asegurar que sus ciudadanos puedan acoger
para cumplir el mandato legal y moral
de dotar a los niños, niñas y adolescentes en desamparo de un ambiente familiar, que necesitan y al que tienen derecho para
la reparación de los daños causados por las adversidades y el abandono del que
son víctimas inocentes. Esto no es una
opción solidaria de la comunidad. Es una obligación tan seria como pagar impuestos, auxiliar a las víctimas
de un accidente, respetar las normas de convivencia o circular por la derecha
con nuestros vehículos. Las instituciones tienen que cumplir las leyes vigentes
y la ciudadanía tiene que asumir su responsabilidad y su protagonismo. Una
comunidad tiene que tener personas y familias acogedoras y las instituciones
hacer lo preciso para que puedan acoger. Es más una cuestión de deber ante la
justicia, que todos deseamos, que de amor.
Heroicidad
“El acogimiento familiar es una
heroicidad”. Es propio solo de
buenas personas en el sentido más abnegado. Entonces el acogimiento requiere
características heroicas: sacrificio total, el bien común o el amor al prójimo
como prioridad, dar la vida, generosidad absoluta… y más rasgos que queramos
otorgar a las heroínas y héroes. Y los héroes o heroínas son muy escasos. La
mayoría somos personas normales con luces y sombras. Por tanto, si reducimos el
acogimiento familiar a la población heroica reducimos la población diana de
captación de un modo automático. Pocos pueden tener dicho valor. Que se retiren
quienes no se consideren héroes. Reducción simplista.
Además, los héroes actúan solos, no necesitan ayudan. Deben actuar en
solitario sin necesidad de tribu, comunidad o cuerpo técnico. Las personas
acogedoras deben de ser como el Llanero Solitario. La soledad silenciosa y
abnegada como virtud y modelo de referencia puede ser insuficiente ante una
labor que requiere el máximo posible apoyos de todo tipo. Pero los héroes del
acogimiento familiar posibilitan recortes y ahorros significativos a la
comunidad porque no tienen nómina ni intención de lucro. Viven de lo suyo sin
que nadie se entere. Deben ser además anónimos.
Barato, protección de menores “low-cost”
“No se debe acoger por dinero
porque es inmoral”. Esto es
algo que piensa muchísima gente. Es la mentalidad donativo contra el
concepto de reparto justo de recursos
y, para más inri, en un contexto
socioeconómico neoliberal de capitalismo
libre, donde cabe hacer negocio y lucrarse con las residencias de
ancianos, la salud, la seguridad, la discapacidad, la dependencia y el
bienestar en general… Una economía de libre mercado, donde la avaricia, el
acaparamiento, la privatización de lo público y el escaqueo insolidario de
impuestos son valorados.
Las familias acogedoras saben que rara vez las aportaciones por acogimiento familiar cubren realmente los
gastos de educación y crianza de un niño, niña, adolescente en una
familia española de clase media. No se cubren los gastos de crianza. Tampoco se tienen en cuenta los gastos extras
que con frecuencia implican las graves adversidades, secuelas y mochilas emocionales de los niños, niñas
y adolescentes en acogida. La diferencia tan abismal en inversiones entre las
medidas de protección actuales puede ayudar también a entender la baja
captación de familias acogedoras. Las
familias de acogida con frecuencia ponen su dinero para cubrir los gastos de
sus hijos e hijas de acogida, que no cubren las instituciones de protección. Se
enfrentan al dilema de empobrecer a su familia por hacer algo que es
responsabilidad de todos y que además exige mucho esfuerzo, dedicación y
quebraderos de cabeza. El coste del tiempo de dedicación a la acogida familiar
es impagable, pero se puede compensar de muchas maneras que facilitarían la
captación.
Hay una ratio de diferencia de coste “plaza” entre acogida residencial y
acogida familiar de muchos múltiplos. Como decía el Sr. Geisler (Senado de
Berlín, responsable de planificación económica de los servicios de infancia de
la ciudad de Berlín) en una visita realizada en el año 2000 “El acogimiento familiar es maravilloso,
tres veces más barato y con diez veces mejor resultado que el residencial”.
En España, teniendo en cuenta el coste de la plaza residencial en protección,
seguramente se podría incrementar recursos para acogimiento familiar, reducir
el número de niños y niñas en acogimiento residencial, como marcan nuestras
leyes, y además ahorrar o gastar mejor lo dedicado a protección. Ya hay modelos
y programas en España que lo demuestran.
Temeridad, alto riesgo
De la alabanza al reproche y sin términos medios es la valoración que
reciben las familias de acogida de sus entornos inmediatos. Del “¡Qué buena obra tan maravillosa estáis
haciendo!” al “¿Ya sabéis donde os
habéis metido? ¿No será pernicioso para vuestros hijos, no les estaréis privando de atenciones para
ayudar a alguien que es ajeno a la familia?”. Con frecuencia los entornos
cercanos de las familias de acogida alaban o critican de esta manera a quienes
deciden acoger. Meter un hijo ajeno, que da problemas, es un riesgo para los
propios. Algo digno de insensatos e irresponsables.
Además, si el acogimiento familiar falla
o se trunca, teniendo en cuenta la falta de recursos, acompañamientos, y
dificultades que sufren los niños, niñas y adolescentes, víctimas de adversidad
temprana, no hay duda de que la culpa es del mal hacer de los acogedores. Hay
un perverso consenso social. Todos, técnicos de protección, enseñantes,
sanitarios, profesionales de apoyo, familiares, e incluso los propios niños,
niñas, adolescentes y personas acogedoras consideran que estas últimas son las
culpables de amar mal. Y los técnicos de protección, profesionales, escuelas,
centros de salud y comunidad quedan siempre a salvo y libres de
responsabilidad.
“¿No teméis que él/ella (una
monstruosidad de mala criatura) o su familia biológica os haga daño?” es otra de las cuestiones que tienen que
sortear personas acogedoras de sus entornos inmediatos y de algún que otro
profesional mal informado. Las personas desfavorecidas son además de culpables
y responsables de su situación, gente peligrosa y muy inadecuada. A veces, con
su modo de actuar con la familia biológica, los propios técnicos e
instituciones de protección fomentan esta sensación en las familias de acogida.
“¿Verdaderamente sirve para algo?” es la duda que en este contexto de agresión,
prejuicios, soledad y escasez tienen que resolver las familias de acogida. Sin
embargo, la experiencia nos dice que incluso los acogimientos familiares
truncados en circunstancias difíciles pueden generar beneficios y vínculos que
nunca o pocas veces consiguen los acogimientos residenciales. Ser persona
acogedora implica con frecuencia arriesgarse a perder su bienestar familiar y
ser tachada de incompetente cuando hay dificultades.
Apropiación
Todavía flota en nuestra cultura parental la idea de que hijos e hijas
son una propiedad biológica que debe ser controlada y administrada para el bien
y el futuro de nuestra herencia y estirpe. Desde este pensamiento criar hijos e
hijas que no son tu propiedad biológica es un desperdicio de energía y esfuerzo. “Si has de criar a alguien, asegúrate de
que es y será para tu bien”. El acogimiento con frecuencia tiene que
combatir estas ideas… “Le cuidas, le
educas, le coges cariño y luego te lo
quitan para devolvérselo a alguien que no le quiere y destruirá lo que
habéis hecho. Te quitan algo que te has trabajado tú, estás haciendo una inversión a fondo perdido y estéril”.
“Si acoges debes asegurarte de que
podrás disfrutar para ti de lo que hagas y de que nadie, nadie se entrometa.
Esto sería lo aceptable”. Pero
la realidad demuestra que los vínculos creados en las relaciones de acogida
familiar son un “para siempre” y trascienden los procesos administrativos de
protección de infancia. Lo más probable es que los niños, niñas y adolescentes
que pudieron ser acogidos por familias continúen teniendo esas relaciones en el
futuro y sigan precisando presencia parental, disponibilidad y acompañamiento
en su vida adulta. Algo que se suele desconocer es que los buenos tratos dados
por familias de acogida producen efectos reparadores en sus acogidos, que
disfrutarán terceras personas y que es posible que las personas acogedoras no
lleguen nunca a ver.
La familia biológica sobra
Mientras en la adopción nadie cuenta con la familia biológica, aunque
exista a modo de fantasma conviviente, en el acogimiento familiar está presente
y suele haber algún tipo de trato. Muy diverso y dependiendo de situaciones muy
diferentes. La cantidad de prejuicios en torno a los miembros de la familia
biológica es muy significativa y responde más a la ignorancia que a la
necesidad de que no estén presentes. Hay un pensamiento compartido por muchos
de los actores del acogimiento en el que se asume la idea de que la familia
biológica solo puede estropear la tarea de los acogedores.
Otro prejuicio muy extendido es el referido a las visitas. “Las visitas con la familia biológica solo son un
peligro para el niño, niña o adolescente, que va a implicar riesgos y
consecuencias que dañan a sus acogedores”. Con frecuencia las visitas son
consideradas una insensatez y no se entiende que beneficio tienen. Sin embargo,
son fundamentales para los procesos de reparación del daño infligido y son
facilitadores de la construcción de la identidad. También son fundamentales para
el abordaje de la experiencia de abandono, como entender sus causas, atenuantes
y límites. Los conflictos de lealtades divididas también se abordan mejor con
su presencia y participación. Estas ventajas no las tienen los niños, niñas y
adolescentes adoptados y podría afirmarse que la presencia y el contacto con la
familia biológica es un factor protector para su salud mental. Encontramos más
casos de patologías graves en niños, niñas y adolescentes que han sido
adoptados (23%) que en los que han sido acogidos en familia (3%).
Colaboración entre familias
como algo imposible
Otra idea que daña el desarrollo y la captación de familias de acogida
es la creencia de que los familiares
biológicos no pueden colaborar y no quieren entregar a sus niños y
niñas. El que les hayan maltratado, no se ocupen adecuadamente de ellos o les
hayan dañado no les incapacita para entregar voluntariamente y colaborar en el
proceso de reparación del daño causado. La experiencia muestra que cuando se
ayuda y se apoya a la familia biológica con acompañamientos y ayudas adecuadas,
sin juicios de valor ni prejuicios, se puede llegar a tener más del 90% de
colaboraciones y un buen clima entre la familia biológica y la familia de
acogida. Esto es un auténtico factor de protección y reparación para los niños,
niñas y adolescentes. Si se conociera esta realidad y los servicios de
protección ofrecieran estas ayudas de forma sistemática a las familias
biológicas, la atención redundaría en mejores resultados y un menor temor a la
familia biológica por parte de posibles candidatos o personas que se ofrecen
para acoger.
“O conmigo o contra mí. La familia biológica (simplemente
familia) y la familia de acogida no
pueden cooperar en la crianza de los niños, niñas y adolescentes”. O la una o la otra. “Los
malos fuera, porque no tienen
nada que aportarles, solo problemas”. Es frecuente oír que las
familias biológicas de los niños, niñas y adolescentes en acogida familiar no
pueden colaborar, no tienen nada bueno y no aportan un legado digno de ser tenido en cuenta y, por tanto,
no se les permite, no se les apoya ni se les ayuda a tener una presencia con
disponibilidad a la cooperación y complementariedad, ni pueden hacer la reparación que sus hijos e hijas
necesitan.
El acogimiento familiar como una
ilegítima y fraudulenta puerta hacia la adopción
Durante muchos años ha habido (y aún hoy quedan) técnicos que consideran
el acogimiento familiar como un método para engañar a las autoridades y
técnicos. Técnicos que piensan que las personas acogedoras pueden intentar “adoptar a la carta” y por tanto carecen
de escrúpulos a la hora de conseguir lo que quieren. “Me quedo con la criatura solo si me gusta y me da garantías de cubrir
todas mis expectativas”. La persona acogedora
es vista como adoptante emboscada y oculta, dispuesta a apropiarse solo de los
niños o niñas que le complacen. Como si el acogimiento se tratara de una tienda
de electrodomésticos con derecho a probar el “producto”.
Todo esto cuando es ya una
práctica aceptada por muchos y tendencia clara de futuro el considerar a los
adoptantes, que ya han desarrollado un vínculo de apego, como los adoptantes
preferentes si están disponibles para hacer el cambio en función de las
necesidades del niño, niña o adolescente. La práctica en algunas comunidades
autónomas y a instancias de algunos técnicos de protección de entregar en
adopción (a familias adoptivas desconocidas por los niños, en contextos
sociales, emocionales y culturales nuevos) a niños y niñas que llevan más de
doce meses de convivencia con sus familias de acogida es una mala praxis con
consecuencias graves. Si deben de ser adoptados y sus acogedores fueran
versátiles y aceptaran adoptar, los acogedores deben ser los adoptantes. Actuar
de otra manera, aunque sea administrativamente correcto, es una práctica
inhumana y cruel. Estas adopciones forzosas, contrarias a los deseos y
disponibilidades de las familias acogedoras con vínculos de apego visibles,
deben ser denunciadas como mala praxis y eliminadas de nuestro modo de generar
adopciones. La imagen del acogimiento familiar cuando se producen estos casos
sale muy dañada, genera estupor en la ciudadanía y espanta a cualquier
ciudadano con un mínimo sentido común.
Requisitos innecesarios
La idoneidad que se debe
de evaluar por ley ha sido (y es aún) algo
vivido como un impedimento de las autoridades: porque socialmente suena
a capricho de las autoridades, porque hay quien no entiende cómo se atreven las
autoridades a cuestionar el deseo de
hacer el bien y de ser padres. Este anhelo debería ser suficiente para mucha gente. Acoger a niños,
niñas y adolescentes en desamparo no precisa de una solvencia técnica
manifiesta y demostrable pues es creencia generalizada que cualquiera puede
acoger en su familia si así lo desea. La evaluación de idoneidad no es
entendida y frecuentemente se dice “Si
para ser madre o padre hiciera falta una evaluación el ser humano se habría
extinguido”. La idoneidad debe estar al servicio de garantizar que las
personas y familias que acogen tienen las condiciones adecuadas para hacerlo,
entendiendo que no todas las personas pueden o están preparadas para acoger
niños, niñas y adolescentes en situación de desamparo.
Sacrificio
En los términos actuales del acogimiento familiar, con sus recursos de
ayuda, sus regímenes de visita, la nula capacidad de participar en las
decisiones protectoras por parte de las personas acogedoras, los esfuerzos
educativos de crianza de criaturas con adversidad temprana, los tiempos de
dedicación necesarios y los costes económicos añadidos que corren por cuenta de
la familia acogedora… podemos decir que el acogimiento familiar es una tarea vista como muy sacrificada.
Tal vez por el Interés Superior de Niños, Niñas y Adolescentes conviene
que las personas que acogen en sus familias a niños, niñas o adolescentes en
situación de desamparo hagan algún que otro sacrificio. El principal sacrificio
deberán ser las expectativas
irrealistas y creencias
desajustadas y normalizadoras, pero nada más. Las personas acogedoras no deben sacrificar ni sus vidas ni sus
familias. Las familias de acogida por el bien del acogimiento familiar pueden
hacer sacrificios, pero no deben ser sacrificadas
por el Interés Superior de Niños, Niñas y Adolescentes.
La buena voluntad como
herramienta
La buena voluntad sin otros
ingredientes es también un recurso insuficiente para abordar las
dificultades de desarrollo de los niños, niñas y adolescentes en situación de
acogida familiar. La idea de que cualquiera
puede acoger desde esta forma de concebir el acogimiento familiar,
porque es suficiente querer hacer el
bien, debe desecharse. Esta idea es precursora del pensamiento de que no es
precisa una solvencia en materia de protección para acoger. Acoger implica
desarrollar habilidades para trabajar el apego, los daños del abandono, la
resiliencia, las vivencias traumáticas, las patologías emocionales posible, la
integración, la identidad, la biografía, la inclusión…
Hoy las personas acogedoras saben que necesitan y piden mucha más formación básica, sólidos contenidos teórico-prácticos
sobre protección de infancia, para
saber dónde se meten, entender y actuar de manera más solvente con los niños,
niñas y adolescentes que se les encomiendan. Piden y reclaman nuevos modelos y herramientas eficaces para
afrontar la crianza, educación y las secuelas de las adversidades y el abandono
del que son víctimas sus acogidos. Saben que necesitan en muchos casos un reciclaje continuo y amplio para
afrontar todos los retos que se le presentan. Reclaman más ayuda y apoyos en
modo de seguimiento, acompañamiento, supervisión, refresco… suficientes,
continuados y sostenidos. Ya se oyen voces de cansancio y hartazgo ante tanta soledad en una tarea que requiere la
responsabilidad, la solvencia y el esfuerzo de toda la “tribu” (técnicos de protección,
especialistas en adversidad temprana, enseñantes sensibles, sanitarios con
conocimiento, jueces y reguladores…). Sin estos aportes la buena voluntad se
marchita y las personas acogedoras huyen o se desmotivan y desmovilizan. No
estarán en disposición de hacer y participar en campañas de captación que
pueden ser vividas propaganda engañosa.
Ciudadanas y ciudadanos
ejemplares
Las personas acogedoras en sus familias son consideradas como ciudadanía
ejemplar. Esta ejemplaridad suele estar vinculada a la obediencia y al
acatamiento de los dictados de los técnicos e instituciones de protección,
aunque no los compartan o sean claramente contraproducentes. Esta imagen ligada
a una visión de autoridad excesivamente tradicional y fuera del principio de
realidad y convivencia moderna es rechazada cada vez más por las personas
acogedoras y sus organizaciones, que quieren no seguir siendo ciudadanos y
ciudadanas dispuestas al acatamiento
de las indicaciones de los técnicos, jueces y especialistas, que desconocen la
realidad cotidiana de los niños, niñas y adolescentes que acogen.
Cada vez más personas acogedoras critican la
obediencia ciega a los técnicos de
protección, cuando debería ser estos quienes aceptaran más indicaciones y
propuestas de quienes llevan sobre sus vidas, convivencias y familias el peso
real del acogimiento familiar. Callados
y silenciosos es como muchos técnicos de protección y diversos profesionales de
los recursos comunitarios quieren verles. Los técnicos del sistema de
protección, de la educación, o de la sanidad no tienen costumbre de contar con
la opinión, la crítica o la disconformidad de los acogedores y acogedoras.
No es de recibo en una sociedad democrática, ni fomenta el desarrollo y
la captación de personas acogedoras que viven en una democracia, el que no se
les concedan espacios para la participación, la opinión o la protesta legítima.
No ayuda al acogimiento ni fomenta la captación el que las personas acogedoras
tengan que vivir temerosas de expresar sus quejas razonables y fundadas ante la
dimisión que muchos ámbitos de los recursos comunitarios hacen de las
necesidades que tiene los niños, niñas y adolescentes que acogen en sus
familias.
Con frecuencia las personas acogedoras se viven como personas comandadas
por terceras personas y con una participación
muy limitada en procesos que les incumben y afectan familiarmente. No se
les oye, ni se les escucha, ni se conocen sus reivindicaciones, sus inquietudes
o sus necesidades de manera suficiente. No disponen aún de una interlocución corporativa reconocida,
no se organizan suficientemente. Aunque hay una mejoría esperanzadora.
Todo esto desmoviliza y les puede hacer sentir, además de soledad, que
su situación y la de sus acogidos no importan ni a la comunidad ni a sus
instituciones. Otra situación que duele a las personas acogedoras y les
desmoviliza es que sienten y perciben que cualquier técnico o profesional puede
criticarles, reprocharles y quitarles del medio sin consecuencias, sin
complejos y con impunidad. Con frecuencia sienten que las instituciones de
protección quieren que sean ejemplares, pero sin derechos y sin aliados
(organizaciones, profesionales…).
El acogimiento familiar depende y dependerá de
la aportación de las personas acogedoras, no de la de los técnicos,
instituciones o responsables políticos. La cultura de la participación de
acogedoras y acogedores en los procesos de toma de decisión en lo que respecta
al acogimiento familiar es una cultura pendiente y aún muy lejana. Incluso
vista como peligrosa o inapropiada. Las personas acogedoras son vividas como un
servicio del que pueden disponer los técnicos y las instituciones de
protección. La sumisión es vivida como una virtud y se impide la participación
en los procesos de diseño de plan de caso y de toma de decisiones de quien
mejor conoce a los niños y niñas. Planes y decisiones que afectan a la
economía, el tiempo y la presencia de todos los miembros de su familia, de
todas las familias y personas implicadas.
Incógnito, realidad desconocida
y desprotegida
Otra realidad que impide el desarrollo del acogimiento familiar es la
constante y continuada confusión entre
adopción y acogimiento. Los hijos e hijas son aún una propiedad
biológica, no una responsabilidad colectiva y, por tanto, un bien común. Esta
falta de cuestionamiento va contra otros modelos de vida familiar que no son la
clásica de consanguinidad. El vínculo establecido entre personas acogedoras y
los niños, niñas, adolescentes que acogen no está protegido de forma jurídica y
social, como los inexistentes vínculos de sangre que no garantizan la
existencia de vínculos socioemocionales y sin embargo siguen sobrevalorándose.
No se habla a nivel social de las dificultades
y costes que tiene el acogimiento
familiar en las personas acogedoras y sus familias a nivel de tiempo y dedicación, solvencia técnica para
abordar la crianza, educación y rehabilitación de estos niños, niñas y
adolescentes en acogida familiar y de sus familias. No se conocen los recursos necesarios y obligatorios, los
problemas cotidianos y las secuelas tangibles que sufren los
hijos e hijas de acogida.
Se busca crear excesivamente una imagen del acogimiento familiar como
una realidad innecesariamente edulcorada y caramelizada. Sin reconocer
explícitamente que acoger en familia, convivir y compartir el dolor y
sufrimiento de las víctimas de abandono, con demasiada frecuencia es algo
condenadamente complicado, frustrante, desesperante, difícil y doloroso para
las familias… y muy beneficioso para los niños, niñas y adolescentes de acogida. Esto que suena desmovilizador
ayudaría a captar personas acogedoras con una visión realista que afronten la
tarea, conscientes de los esfuerzos y costes necesarios. Porque también es una
realidad que mayoritariamente los esfuerzos tienen muchas compensaciones para
todos y todas
Cultura de “mejor no saber”
No se habla suficientemente con los niños, niñas y adolescentes de sus
orígenes, de su familia biológica, de los problemas, de los sufrimientos, de
los motivos de su abandono y de las secuelas y trastornos que este abandono les
genera. No se les posibilita una reparación de lo que les convirtió en
víctimas, en la medida en que no se habla de ello, ni se posibilita a sus
familias reparar el daño infligido.
Hablar del sufrimiento causado por el abandono todavía sigue siendo algo
malo que causa traumas, que es muy peligroso y nos hace sufrir
innecesariamente. El incógnito como sistema tampoco facilita la aparición de
acogedores realistas, preparados, solventes y decididos a entrar en el mundo
emocional del dolor y del sufrimiento, que afecta a sus hijos e hijas de
acogida.
A modo de conclusión: a pesar
de todo esto, cabe el optimismo y la esperanza
Hay que reconocer que percibimos a la par muchas imágenes del acogimiento
familiar muy positivas y prometedoras. Pero las imágenes que se proyectan del acogimiento familiar por
parte de demasiados de nuestros conciudadanos, responsables políticos,
técnicos, medios de comunicación e incluso algunas personas acogedoras no contribuyen
a la captación de familias adecuadas,
para la tarea de criar y educar niños, niñas y adolescentes,
víctimas de abandono y otras adversidades.
Con la idea o con el desconocimiento social y técnico de acogimiento low-cost que impera, podemos
decir que incluso el acogimiento familiar como medida protectora en España es
un milagro. El acogimiento familiar tiene una imagen excesivamente lastrada por
un altruismo mal entendido, un exceso de voluntarismo y sacrificio, y una dotación
insolidaria por parte de las instituciones y de la comunidad. También le
perjudica el pensamiento generalizado de la no‑necesidad de una solvencia
técnica, la soledad con la que viven y desarrollan las familias su tarea y la
falta de acompañamiento a la que se ven sometidas. El exceso de expectativas o
deseos de apropiación de los niños, niñas y adolescentes que son acogidos, por
parte de sus acogedores, tiene con frecuencia su origen en la mala imagen que
algunos técnicos y administraciones dan de sus familias biológicas y de la
falsa peligrosidad con la que se las etiqueta. Tampoco ayuda al acogimiento
familiar la cultura de protección basada en no-saber e ignorar el pasado y los
orígenes para no originar daños y traumas. Estos ya existen desde hace mucho,
pero han sido invisibilizados y el silencio los convierten en trastornos y
sufrimientos permanentes e inaccesibles. Todas estas imágenes sacadas de los
testimonios de las familias acogedoras hacen del acogimiento familiar una obra
heroica.
Hay, por tanto, muchas razones para no considerar adecuada la actual
imagen social del acogimiento familiar. Esta imagen debe corregirse para
incrementar la captación de familias de acogida y su corrección redundará en un
incremento de ofertas y oportunidades para el acogimiento familiar.
Sin duda, en el acogimiento familiar caminamos hacia otros modos de
pensar, actuar y seremos capaces de cambiar esta imagen por otra más acorde al
deseable Interés Superior de Niños, Niñas y Adolescentes. Esta tarea sigue
siendo nuestra esperanza y nuestra tarea pendiente. Otra imagen del acogimiento familiar diferente, que facilite otros modos
de decidir y actuar es posible. Lo que le pasa al acogimiento familiar tiene
mucho que ver con la imagen que se crea internamente en sus protagonistas y que
la proyectan hacia fuera. Tiene que ver con la ignorancia de la comunidad, sus
medios de comunicación y las inadecuadas informaciones y formaciones de los
técnicos y de las instituciones, que deben de promocionar el acogimiento, darlo
a conocer y captar familias con una visión más realista, eficiente y acorde a
las necesidades de todas la partes implicadas y sus protagonistas.
Por tanto, con la imagen que se
proyecta del acogimiento familiar por parte de demasiados de nuestros
conciudadanos, responsables políticos, técnicos, medios de comunicación e
incluso algunas personas acogedoras, es
muy complicado captar familias adecuadas o suficientes para la tarea de
criar y educar niños, niñas y adolescentes, víctimas de abandono y otras
adversidades.
Por otro lado, el discurso
que posibilita un cambio de imagen ya
está en marcha desde hace tiempo y cada vez más voces lo dicen alto y claro: solidaridad, altruismo, buena
voluntad, sí, pero sobre todo justicia,
solvencia técnica, participación e implicación de todos, recursos
especializados y presupuestos económicos más solidarios. Por el Interés
Superior de los Niños, Niñas y Adolescentes deberemos mejorar las condiciones del acogimiento familiar y seguramente
habrá más familias acogedoras en la medida
que la comunidad y sus instituciones incrementen los siguientes elementos:
1.
Dotación económica suficiente y acorde al nivel de dedicación y a la
satisfacción de las necesidades de Niños,
Niñas y Adolescentes en acogimiento
familiar.
2.
Formación inicial y continua, reciclaje y supervisión para personas
acogedoras.
3.
Acompañamiento técnico para mejorar la solvencia ante las secuelas de las
adversidades y el abandono vivido por Niños, Niñas y Adolescentes.
4.
Estructuras terapéuticas y reparadoras (Sanidad, Educación, Vivienda,
Economía, Trabajo…), la comunidad debe ser corresponsable de la satisfacción de
las necesidades de los Niños, Niñas
y Adolescentes en acogimiento familiar.
Tan solo asumir su tarea también con ellos y ellas.
5.
Cercanía, presencia y disponibilidad de todos los recursos sociales,
educativos, sanitarios, jurídicos. Basta de lejanía y soledad, que el amor y el
acogimiento familiar se construyen en la cercanía y el roce, en sentido amplio.
¿Pueden la ciudadanía, e incluso las personas acogedoras, pensar en la
solidaridad, el altruismo, la heroicidad, la buena voluntad, la colaboración,
cierto nivel de heroicidad, generosidad y gratuidad, el ser buenos ciudadanos…
como motores de su motivación para el acogimiento familiar? La respuesta es
claramente que sí. Ellos y ellas se pueden, por supuesto, apoyar en estos
valores para considerar su ofrecimiento como un bien moral.
¿Pueden los técnicos, profesionales e instituciones de protección pedir,
promocionar, seleccionar formar, acompañar y evaluar el acogimiento en base a
estos principios? Claramente no. Los técnicos, los profesionales, las
instituciones y los diversos recursos que deben participar y responsabilizarse
de la protección de niños, niñas y adolescentes en desamparo y víctimas de
experiencias de abandono deben promocionar, seleccionar, formar, acompañar y
evaluar a las familias de acogida planteando y aportando los recursos
necesarios para que las familias (biológicas y de acogida) y los niños, niñas y
adolescentes participen, sean protagonistas del acogimiento familiar, formando
y formándose en la solvencia técnica de lo que realmente se necesita,
comprendiendo las dificultades y conflictos del acogimiento familiar sin
prejuicios ni juicios precipitados, siendo realistas, acompañando y apoyando a
los protagonistas en las transiciones y momentos difíciles y asumiendo sus
propuestas, sus quejas y críticas.
Haciendo esto se irá creando una imagen y una cultura que puede hacer
del acogimiento familiar una tarea a la que toda la ciudadanía se sienta
llamada e interpelada a asumir su cuota de responsabilidad social para con los
niños, niñas y adolescentes que necesitan de su ambiente familiar y
comunitario, de su esfuerzo y colaboración para paliar las secuelas de su
abandono y adversidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario